martes, 25 de junio de 2019

Cuando Adolfo Luque estuvo cesante en Cuba (de eltubeyero22, 2013)


Por Andrés Pascual
Aventura es riesgo, a veces lo confunden y lo hacen moda, entonces habrá quienes paguen un precio por “el paso dado o MAL DADO”.
La Liga Mexicana, (siempre debería decirse “la liga de Pasquel”, porque el hombre representaba el circuito y muy poco podía hacerse sin su permiso), fue un riesgo de alto voltaje y algunos lo pagaron como Mickey Owen, que no pudo regresar a las Grandes Ligas cuando el Comisionado suspendió a todos los elementos del Beisbol Organizado que se vieron tentados por “un par de pesos”.
La llamada “era Pasquel” fue una reverenda estupidez, solo el sentimiento antiamericano de gente tan soberbia e insolente como ridícula, podía intentar competir económicamente con los millonarios americanos dueños de clubes en el Beisbol Organizado, no era posible.
Dicen, por documentos que algunos leyeron, que hasta Phil Rizzuto tuvo la mala idea transitoria de ir al circuito azteca, en realidad, estrellas de Grandes Ligas, lo que se supone que sea un astro del beisbol, ninguno accedió al “peligroso canto de sirenas”, porque ni Fred Martin ni Max Lanier lo eran en el sentido exacto del término.
Hay historias que nacen contaminadas, desvirtuadas en su totalidad por el objetivo que persiguen y a quienes se dirijen, una de ellas es considerar a Danny Gardella estrella del beisbol y, peor, primer caso que ganara un pleito contra la cláusula de reserva; el jugador ni fue un astro ni el primero que retó y ganó una demanda contra la forma de contrato del beisbol de ayer, mérito del cubano Armando Marsans, que lo hizo sin presión porque era “de cuna de seda”.
El caso fue que jugar allá resultó un atraso para los pitchers cubanos como Marrero, Zavala, Consuegra… que incluyó la pérdida de todo lo que prometía Jiqui Moreno, porque en aquel torneo se lesionó el brazo; también perdieron sus carreras Estalella, Ortiz, Olmo…
La medida prohibitoria contra “los renegados” provocó la suspensión de Miguel Ángel de su puesto de coach con los Cardenales; el venerable cubano fue a México en solidaridad con jugadores que no podría reclamar para los Leones en el premio invernal, pero el ex catcher tenía dinero y era el dueño del Habana, soportaría el “aguacero” que fuera.
Quien no tenía dinero era Luque, que perdió su puesto con los Gigantes y no pudo recuperarlo cuando se levantó la suspensión, porque no lo reclamaron. Papá Montero fue hombre de beisbol, vivía del beisbol, solamente estaba preparado para desenredar la madeja de los secretos del juego desde posiciones primero como jugador, después como manager o coach.
Al regreso a Cuba, Luque encuentra que los puestos de manager del circuito invernal estaban ocupados y que los Azules, club que simbolizó como nadie el estelar lanzador, ni se dignaron en ofrecerle alguno de coach.
Durante el período en que funcionó la era Pasquel, Adolfo dirigió a los Petroleros del Cienfuegos en Cuba y nadie le tuvo en cuenta que fuera “un cambia casaca”, por la sencilla razón de que los Verdes no eran el gran rival de los Alacranes.
A la hora de decidir, el ex pitcher podía estar en cualquier lugar que no fuera enfrentando a los Azules, porque, la porfía durante la era romántica del beisbol, la limitaban los fanáticos a la confrontación Habana vs Almendares, cualquier jugador, por legendario que fuera, que osara pasar a la fila contraria, era un enemigo de la patria según fuera la ofensa, roja o azul.
El caso fue que Adolfo Luque no solo actuó en el circuito azteca dirigiendo (foto a la derecha con Merito Acosta en La Habana), sino que el propio Pasquel lo usó como símbolo de aquel par de campeonatos, por lo que representó, junto a Roger Hornsby, la proa en la importancia que suponía el dueño del Veracruz que adquiriría una competencia de mendigos contra potentados.
Como renegado que fue y a consecuencia del estado de las cosas, Adolfo tuvo que vivir el momento amargo, ingrato, de que, una vez levantada la prohibición, para el torneo 1949-50 del Champion, se viera totalmente desprotegido en la patria que adoró y donde tantos lo reconocían como la más grande leyenda del beisbol isleño: CESANTE DE EMPLEO Y SUELDO.
Entonces apareció el amigo y compañero de tantas batallas, otro leyenda que supo cómo hacer dinero y que creciera significativamente: el mes de octubre de 1949, Miguel Angel contrató a Adolfo Luque como coach del Habana.
El paso dado por el Propietario y manager de los Leones no solo reconocía la capacidad del lanzador, caído en desgracia por “obra y gracia de Pasquel”, sino que exponía los sentimientos de hermandad que le profesaba el reglano a Papá Montero.
Tan grande fue Luque para Cuba, que, cuando el Condé Moré lo anunció como integrante de los Rojos capitalinos, en vez de escuchar el chiflido o la ofensa de rechazo por “cambiar de casaca”, oyó el más grande aplauso que jamás le prodigara su público, que ratificó el valor del glorioso compatriota más allá de la insignia del equipo, porque, a fin de cuentas, se impuso el respeto por el jugador que elevó a lo más alto la bandera de la estrella solitaria en el beisbol.

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