viernes, 28 de junio de 2019

La pelota loca y el pelotero bruto



Por Andrés Pascual

En 1944 los Browns de San Luis (en la foto festejan el triunfo en la liga americana) valían algo menos en el mercado que los Alacranes del Almendares; a fin de cuentas, el club añil, símbolo eterno de la verdadera pelota cubana, era propiedad de 10 millonarios que tenían más dinero que el dueño del equipo instalado en Missouri.
Sin embargo, aquel año ganaron la Liga Americana y perdieron la Serie Mundial contra
los Cardenales.
¿Cómo pudo un club sin ningún astro en su plantilla? Sencillamente, porque en la pelota gana el que mejor juegue y no el que más nombres “importantes” incluya en su róster ni el que más abulte su nómina.
¿Por qué ganan? Porque el team-work, que es dar lo mejor de sí de cada uno a través del
juego alegre, seguro y agresivo, deciden tanto que le cambian la cara a cualquier equipo.
Alguien que conoce, veterano del micrófono, me dijo que “esta pelota está loca”, yo no lo repito afirmativamente, porque sería minimizar la actuación de los clubes que no solo están jugando un buen beisbol, sino que alegran la competencia y amplían las esperanzas de su público natural, que, además, ponen en entredicho el desempeño irresponsable y poco serio de los nombres con salarios enormes, quienes por la apatía que demuestran muchos, por lo que frustran rutinariamente, parece que se los roban.
La determinación y la pasión no pueden faltar en la buena actuación se gane o se pierda: sin pasión no hay juego, por lo que sería un crimen demeritar el desempeño de esas franquicias luchadoras sin simbolismos exagerados, al sugerir que la pelota está “desequilibrada” y, después, tratar de aplicarle un electroshock deportivo de crítica destructiva para crear un estado de opinión peligroso y conflictivo.
Sin embargo, para recordarnos en qué tiempos estamos, hace una semana un campo
corto de nombre grande fildeó un rolling con un out y se dirigió hacia la segunda base para forzar al corredor que nunca existió, porque la primera estaba desocupada; después, ese mismo jugador volvió a fildear y, en vez de efectuar el disparo a primera, salió corriendo con la bola en la mano en una especie de competencia bruta y de mal gusto, a ver quién llegaba primero si el corredor o él.
No hubo peloteros que jugaran así aquel año, cuando el San Luis Browns de 1944 ganó la Americana con un club casi ripiera, pero de exceso de pasión, coraje y en team work.
Para ganar en este juego no cuenta la posibilidad de ser elegido mañana a Cooperstown: se juega bien o no se gana, como quiera que se llame el pelotero y por encima de lo que le paguen.

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