¿QUÉ ES UN PROSPECTO DE GRANDES LIGAS?
El 22 de junio con fanfarria incluida, Wander Franco debutó en las grandes ligas con los Rays de Tampa. Si no lo recuerda, lo presentaremos nuevamente en sociedad. Un campocorto dominicano de apenas 20 años de edad que batea a la zurda y a la derecha, pero cuyo documento de identidad lo presenta como el Prospecto Número 1 de todo el Beisbol Organizado. Asimismo, y como dato histórico, es el primer pelotero nacido en 2001 en llegar a las mayores. Y al menos para dejar constancia de que su carta de presentación podía ser tomada en serio, en su estreno ese día en los cuatro primeros turnos al bate, conectó un jonrón y un doble, remolcó tres carreras y anotó otra ante los Medias Rojas de Boston.Cumplida la obligación periodística, vamos a la razón de ser del texto de hoy, por supuesto íntimamente ligado con el párrafo anterior. ¿Qué o quién decreta que un pelotero como Franco sea, sí con mayúsculas, el Prospecto Número 1 de todo el Beisbol Organizado? O en todo caso, qué requisitos debe reunir el candidato, o los candidatos, para ser estimados como auténtico aspirante al rimbombante adjetivo por un equipo de las ligas mayores. Nos hacemos la pregunta, porque pareciera que en los últimos tiempos, “prospecto” se ha convertido en un calificativo común y corriente. En otras palabras, todo joven que firma con la esperanza de llegar alguna vez a la gran carpa, es un prospecto. ¿Dónde estaría entonces la diferencia entre unos y otros?
La experiencia acumulada en poco más de cuatro décadas como periodistas, observando juegos, siguiendo entrenamientos, pero sobre todo escuchando opiniones provenientes de quienes se movilizan alrededor del beisbol, nos ha llevado a suponer que las características que separan a un genuino talento del resto, podríamos dividirlas entre tangibles e intangibles. No sin antes aclarar que todos las poseen en mayor o menor grado. De hecho, cada joven firmado lo es porque la organización supone que en algún momento llegará. Por ejemplo, Andrés Galarraga pasó siete años en las sucursales de los Expos de Montreal, antes de pisar por vez primera un parque de ligas mayores. Era cuestión de esperar.
Las características tangibles son cinco, de acuerdo con el catálogo que llevan bajo el brazo los cazadores de talento, para evaluar al aspirante de turno: velocidad, manos, brazo, contacto y poder al batear. La característica intangible es solo una, y a los scouts les encanta representarla llevando el dedo índice a la cabeza. Podría resumirse, en saber aprovechar al máximo las otras cinco.
“Los parámetros que yo manejaba eran muy diferentes a los que hoy maneja ese grupo que pretende haber inventado el juego”, sostiene Oscar Prieto Párraga”, quien por más de tres décadas llevó las riendas de los Leones del Caracas en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. “Un prospecto para mí era un lanzador con una recta por sobre las 85 millas por hora, y con por lo menos otros dos buenos lanzamientos. Además de capacidad para ponchar, o un completo control de sus lanzamientos en la zona de strike”.
Esa visión sirvió en buena medida para que bajo su responsabilidad desde la oficina, el Caracas alcanzara seis coronas entre los campeonatos 79-80 y 94-95, y en parte también, para seguir los principios que rigen el cómo hallar al pelotero que contribuya a ganar los juegos con su talento.
“En los jugadores de posición siempre se buscaban las cinco herramientas”, prosigue Prieto Párraga, que asimismo pasó a ser asesor deportivo de la directiva, luego que el Caracas fue vendido al Grupo Cisneros en 2001. “Correr 69 yardas en 6.6 segundos, brazo por encima del promedio, batear para promedio, habilidad y destreza en el terreno, batear con poder. Bob Abreu fue un buen ejemplo. Bateaba, corría, tenía poder ocasional, brazo dentro del promedio, y tenía hambre de jugar, además de tener muy claro, lo que quería y cómo lograrlo. Bastaría dar un repaso a los números de Abreu, tanto en las grandes ligas como en Venezuela, para comprobar lo que estoy diciendo”.
Un muestrario ideal para tratar de definir qué es un prospecto de grandes ligas, es la escogencia anual que los treinta conjuntos de las mayores emprenden para tomar a los mejores jugadores del momento de las universidades estadounidenses. Si presumimos que el primer joven seleccionado, por lo menos puede ser estimado como lo más cercano a la descripción, tendremos un buen ejemplo en los elegidos. Solo que el “draft” es también una confirmación de que no hay verdades absolutas. Desde su apertura en 1965, hubo primeras selecciones que ni siquiera llegaron a las mayores: el cátcher Steven Chilcott (Mets) en 1965 y el pitcher Brien Taylor (Yanquis) en 1991.
En realidad, puede tratarse de excepciones a la regla que marca la excelencia. Pero hay que convenir que la pupila de los ejecutivos y sus asesores ha sido acertada. Algunos seleccionados viajaron directamente a la gran carpa sin necesidad de pasar por las menores, como el pitcher David Clyde (Rangers) 1973 y el antesalista Bob Horner (Bravos) 1978. Ni hablar de quienes llegaron al Salón de la Fama como el inicialista Harold Baines (Medias Blancas) 1977, el jardinero Ken Griffey Jr. (Marineros) 1987, el antesalista Chipper Jones (Bravos) 1990. Igualmente fue primera escogencia el campocorto Alex Rodríguez (Marineros) 1993, que no ha podido ingresar a Cooperstown por motivos que no vienen al caso en este instante.
No obstante, dichas experiencias y los casos citados, el beisbol no sería el lugar ideal para quienes viven de predecir lo que pasará mañana. Ni para quienes lo intentan leyendo los símbolos en las huellas de la mano, ni para los cazadores de talento equipados con las más sofisticadas y modernas herramientas.
“El concepto de talento se puede resumir en una sola palabra, potencial”, apunta Iván Arteaga, en la actualidad coordinador de lanzadores de los Marlins de Miami para América Latina, y por diecinueve años instructor de pitchers en las sucursales de los Mellizos de Minnesota. “Mira este ejemplo. Cuando vi lanzar por primera vez a Aníbal Sánchez, en el municipio San Joaquín en el estado Carabobo, pude notar las cualidades que harían de él un lanzador de grandes ligas. Fortaleza en la recta, habilidad para hacer lanzamientos quebrados, control, dominio. Pero lo que tal vez el fanático no veía, era lo disciplinado que era entre salidas aún a su corta edad. Lo duro que trabajaba, su preparación. Fue allí cuando entendí, que el complemento al talento era su actitud. Lo que muchos definen como “makeup”, de qué material está hecho. Aníbal no era tan alto como Freddy García, ni más atleta que Johan Santana, ni más dominante que Francisco Rodríguez. Pero tenía ética de trabajo, disciplina, valores familiares. Fueron esos intangibles los que lo ayudaron, no solo a firmar, sino también a establecerse en las grandes. Como muestra, tiró un no hit no run y una vez fue líder en efectividad en la Liga Americana. Tienes el potencial, pero es la actitud y la aptitud lo que te abre los caminos para que ese potencial se convierta en realidad”, reitera Arteaga, que antes de ceder a su empeño en llegar alguna vez a las grandes ligas por las imponderables lesiones, lanzó en las granjas de los Expos de Montreal, los Rockies de Colorado y los Mets de Nueva York.
Durante todo este tiempo dedicado a la cobertura del beisbol en los medios informativos, percibimos cierto consenso alrededor de quiénes han sido los peloteros venezolanos más cercanos a la identificación de auténticos prospectos de ligas mayores. Con aciertos y desaciertos en la ruta emprendida, y antes de que sus padres refrendaran el contrato por ellos por ser menores de edad, el jardinero Antonio Armas, el campocorto Carlos “Café” Martínez, los guardabosques Richard Hidalgo y Jackson Melián, el campocorto Miguel Cabrera y el outfieder Ronald Acuña. Con la sola excepción de Melián, todos arribaron a las grandes ligas para cumplir desempeños signados de altas y bajas inherentes al juego, como las lesiones para citar algunas, mientras Cabrera tiene ya reservado un espacio en el pabellón de la fama en Cooperstown, y Acuña es ahora una de las más rutilantes figuras de las mayores.
“Si tomamos el ejemplo de Miguel Cabrera, a los 16 años mostró bateo, defensa, brazo e instinto por encima del promedio”, cuenta Josman Robles, que a la hora de la firma de Cabrera en 1999 con los Marlins, formaba parte del grupo de técnicos de la organización de Florida. “Por eso fue visto como alguien que no podía fallar. Hoy sigo pensando lo mismo, pero aunque las herramientas son cinco, un prospecto debe tener al menos tres por encima del promedio de las grandes ligas como ocurrió con Cabrera. El orden de importancia de las herramientas tienen que ver con la posición que desempeñas, aunque estoy convencido que el bateo es la número uno. Como decimos en Coro, el que batea juega. Claro, hoy existen recursos técnicos y tecnológicos que maximizan la posibilidad de que el jugador llene las expectativas creadas a su alrededor. Por eso debemos comprender y aceptar, que por encima de todo, somos seres humanos y debemos prestar más atención a la emocionalidad. En parte, por eso Miguel Cabrera no podía fallar”, opina Robles que actuó durante cinco campeonatos en la LVBP y también fue instructor de bateo en ligas menores con la organización de los Tigres de Detroit.
Luego de su explosivo debut en las mayores, Franco tuvo quince turnos consecutivos sin dar imparables y en sus primeros ocho desafíos su promedio en bateo era de apenas .194 puntos. Sin embargo, eso no fue obstáculo para que el manager Kevin Cash lo dejara en la alineación abridora de los Rays, una muestra de confianza en su talento, que nos recordó un episodio similar vivido hace setenta años por otro un genuino prospecto de grandes ligas de nombre Willie Mays.
En 1951 como Franco, Mays tenía 20 años de edad y desde el primer día el manager Leo Durocher lo colocó como tercer bate y jardinero central de los Gigantes de Nueva York. Pasó doce turnos antes de dar su primer imparables, y luego de los primeros siete desafíos su average era un miserable .038. Mays no podía con la curva de las mayores y le imploró a Durocher que lo enviara de regreso a las menores. Durocher se negó rotundamente y Mays terminó ayudando a los Gigantes a ganar el banderín en la Liga Nacional. Hoy está en el Salón de la Fama y es uno de los dos bateadores con al menos tres mil hits, 500 jonrones y un promedio más allá de los .300 puntos en las memorias centenarias de la gran carpa. El otro es Henry Aaron.
No hay noticias de que Franco la rogara a Cash que lo mande de vuelta a las menores. Mucho menos si llegará tan lejos como llegó Mays. Por lo pronto la única certeza es que posee la estampa de un auténtico prospecto de ligas mayores. El tiempo dirá la última palabra.
Humberto Acosta
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