Podría decir que nací y crecí en España pero estaría mintiendo o quizás sea verdad y sólo me estoy mintiendo a mí. Sea como fuere, uno no puede mentirle a su corazón, ni su corazón puede mentirle a uno. Y cuando el corazón te dice que recuerdes lo que veías cuando eras un chaval desde la ventana de tu cuarto, llega la decisión de tu vida, escuchar a tu corazón o mentirte a ti mismo.
Lo que aquel chaval veía desde la ventana de su cuarto no era otra cosa que el Boston Garden y sus sueños por ir allí a ver jugar a los Celtics. Según las investigaciones de profesionales de la zona y las declaraciones del chaval de aquella época sobre la vista exacta del Boston Garden, altura, peso, temperatura y color del cielo, se determinó que desde donde veía el Boston Garden, no podía ser otro sitio que Charlestown.
Como cualquier chaval de su edad sabia que cuando llegaba el primer partido de la temporada, sólo había una cosa que podía hacer: escaparse para ir a ver jugar a los Celtics en el Boston Garden. Sin dinero, sin ticket, tan solo con su gorra y la mirada que un chaval puede tener la primera vez que piensa que va a ver jugar en directo a su equipo. Cómo consiguió entrar y ver jugar a los Celtics es algo que todavía se desconoce aunque lo que si se conoce es la repercusión que aquel día tuvo en el chaval. Ese día descubrió que toda acción, tiene su reacción y que el castigo que iba a recibir al volver a casa tan tarde tras el partido, iba a ser proporcional a la felicidad que sentía.
Cuando, como parte del castigo, sus padres le prohibieron mirar más por aquella ventana, el chaval en otro acto de rebeldía, se construyó otra ventana que tapó con una bandera de los Boston Red Sox. Desde la nueva ventana veía, la Torre Hancock, Prudential Center y muchos días, unas luces que salían de detrás de Prudential Center, unas luces que para asombro del chaval muchas veces reflejaban un color verde muy especial y concreto, no un verde Celtics como el que el ya conocía, sino un verde más, digamos, monstruoso. Aquel verde único, espectacular y monstruoso no era otra cosa que Fenway Park.
Han pasado muchos años desde entonces y algunos recuerdos están borrosos pero desde ‘Pitcheos Salvajes’ hemos podido compartir en persona algunos días, varios de ellos en días de partido, en Fenway Park, con aquel chaval de Charlestown, hoy ya con unos cuantos años más pero como dicen en las películas: «…puede ser que algunos datos de esta historia se hayan modificado por el bien de los implicados y puede ser que otros datos se hayan modificado por el bien de la historia pero lo que es seguro es que esta historia está basada en hechos reales ocurridos entre Charlestown y la Yawkey Way de la ciudad de Boston.»
Hay cosas que nunca olvidas en tu vida. Una de ellas es la primera vez que pisas Fenway Park, fue un día que no había partido y mi tío Larry, harto de ver cómo mis padres no conseguían quitarme de la cabeza lo de ir a Fenway Park, y pensando que podría volver a escaparme como hice en su día con los Celtics, me regaló por mi cumpleaños la visita al tour de Fenway Park.
Habrán pasado 25 años o quizás más pero lo recuerdo como si hubiese sido esta mañana. Recuerdo bajarnos en Kenmore, pasar el puente, ver la autopista, el parking donde van los home runs que pasan el Monstruo Verde, los bares cerrados, las calles vacías (era una fría mañana de marzo) y el verde espectacular y monstruoso como ninguno, el verde de Fenway Park. Recuerdo a mi tío Larry diciéndome: “mira, Fenway Park 1912, sí, ¡¡¡1912!!!”. Recuerdo entrar por la Gate C, ver una persona con chaqueta roja que llevaba colgada una especie de altavoz grande conectado a un micrófono que preguntaba a los que estábamos allí, de dónde veníamos o desde cuándo éramos fans de los Red Sox. Mi tío dice que me preguntó de dónde era y todo orgulloso le dije: “de Charlestown, señor”. Recuerdo la visita a un vestuario –me dijeron que el visitante ya que era pequeño– las paredes con papeles de las reglas de juego de la MLB o las normas para la prensa, y recuerdo llegar a la rampa –este es el momento que cualquier bostoniano te dirá que nunca olvidas en tu vida–. La primera vez que subes la rampa y ves los asientos rojos, los tocas, miras de frente y ves el Monstruo Verde, mirándote, saludándote, sonriéndote, ves el marcador de las entradas vacío, la clasificación de la división y entonces giras la cabeza a la izquierda y levantas la vista para ver las cabinas de prensa y las letras de Fenway Park. Recuerdo ver los restos de la nieve de marzo sobre algunos asientos, las letras de Red Sox sin pintar del todo en el techo del dugout, girar la cabeza hacia la derecha y ver a unos metros el poste Pesky y el sol que se reflejaba en los asientos y te cegaba la vista como mostrándote que todo aquello era real que no era un decorado de Hollywood que montaban durante el día para sacarlo en tv en cada partido sino que era real, muy real, que allí los Red Sox de Boston juegan a béisbol. Entonces creo que entré en trance, ya nada importaba, ni el tour, ni el señor del micrófono que le decía a mi tío que debíamos avanzar porque el chaval de Charlestown iba el último, no importaba nada, sólo que estaba allí donde juegan los hombres que veía por tv cada día, el sueño cumplido o eso pensé aquel día. A partir de ese momento no recuerdo nada más, solo sentarme en los asientos de la sección grandstand 24 y escuchar a un señor hablar sobre la historia de los Red Sox, sobre home runs, World Series, Ted Williams o Carl Yastrzemski y sonreír, sonreír y sonreír.
Como hacía muchos años desde que aquel chaval de Charlestown hizo el tour de Fenway Park, decidimos que no había mejor acompañante para nosotros que él, y aunque según dice ahora todo está más dirigido a los turistas, tal y como hizo su tío Larry, nosotros también le regalamos un ticket para el tour de Fenway Park. La tradición nos lleva a coger el T (así es como se llama el metro en Boston), bajarnos en Kenmore, pasar por el hoy renombrado Puente «Big Papi», ver la autopista, el parking donde van los home runs que pasan por el Monstruo Verde y efectivamente ver las paredes verdes de Fenway Park, nosotros también fuimos una mañana en un día que no había partido y las calles vacías no le hacen justicia al ambiente que se vive y se ve en un día de partido pero también así tiene su encanto.
Tras comprar los tickets, nos dirigimos a la Gate C, pasamos la seguridad y comenzamos el tour. Hoy en día el tour suele comenzar por una columna donde se puede ver enmarcada y colgada una camiseta de los Red Sox con el número 617 en homenaje a las víctimas del atentado del maratón de 2013, justo enfrente, la rampa donde se grabó la escena del tiroteo en la ambulancia de la película ‘The Town’. La visita al vestuario visitante y seguido la rampa que da acceso a los asientos rojos, el monstruo verde, el momento más especial del tour sin duda, sobre todo si es tu primera vez pero en mi caso no lo era, pero eso es algo que más tarde contaré. El tour se para durante unos 15 minutos mientras te sientas en una de la secciones detrás del dogout para escuchar la historia de los Red Sox, el home run de Manny, el asiento rojo, las batallas vividas en las World Series o que el famoso Jumbotron que aparece en la película ‘Campo de Sueños’ en otros tiempos no era tal.
Tras la charla, el tour se dirige a uno de los momentos más inolvidables, el Monstruo Verde, donde puedes sentarte en esos asientos verdes, fríos en marzo, atornillados al suelo y cuyos abonos pasan de generación en generación, donde la vista es espectacular, donde uno se hace fotos y hace fotos a Fenway Park pero donde uno sólo puede pensar en una cosa: qué se sentirá aquí sentado viendo como un batazo de Big Papi te trae la bola justo a tus manos para sumar la carrera de la victoria en la 9ª contra los Yankees. El tour continúa contigo o sin ti, con el home run de Big Papi o sin él. Visitas diferentes secciones donde puedes ver que la vista del home siempre es espectacular, ya sea desde el último asiento de cualquier sección grandstand o desde la parte superior donde la vista domina todo el home y desde donde se puede ver Prudential Center, enfrente, mucho más cerca de lo que parece. Después el tour continúa por la zona de prensa, donde ves, en las diferentes paredes por las que pasas, la historia de los Red Sox en fotografías así como el nombre en varias puertas de las televisiones y radios que retransmiten los partidos, hasta que llegas a la zona de prensa común donde te puedes sentar, ver la cristalera, el diamante y donde entre otras cosas te cuentan dónde está y cuál es el asiento donde se sentó Brad Pitt para rodar la escena de ‘Moneyball’. Y para terminar bajas a una especie de zona vip donde puedes ver expuestas desde sillas antiguas, bates, trofeos, fotografías y mil y un detalles de la historia de los Boston Red Sox. El tour termina pero aún queda la mejor parte, volver por la tarde para ver un partido en directo.
Lo que ningún tour ofrece y en ‘Pitcheos Salvajes’ sí tuvimos la suerte de disfrutar, es de la conversación y compañía de un chaval de Charlestown entrado ya en años. Cómo explicar las cientos de anécdotas que nos regaló, poder ver cuál fue su primer asiento la primera vez que se abonó a los Red Sox, el asiento del que dispone actualmente o que te señale el Monstruo Verde para decirte que en los 90 estuvo allí abonado. Cómo explicar cuando coincide en la zona de prensa con un señor, yo diría que de su misma edad, y te dice que es su amigo de Charlestown, que lleva casi 40 años trabajando en Fenway Park y que él era quien le solía colar en la zona de prensa cuando los partidos y la prensa ya se habían ido para ver la vista desde arriba. Cómo se emociona al contarte las curvas de Pedro Martínez, cómo tuvo que ahorrar dos años para poder abonarse y cómo tras los partidos con su amigo, al que siempre se refiere como «el rookie», buscaban entre los asientos caros entradas que la gente dejaba en los asientos o tiradas por el suelo para luego chulear en Charlestown con los amigos e intentar ligar con las chavalas diciéndoles que ellos podían invitarlas a Fenway Park a unos asientos caros. “Entonces todas las entradas eran de papel grueso con relieves y mucho más bonitas que las de ahora, esas en PDF que tienes que imprimirte tú”, nos dice. Cómo me contó que todo ha cambiado: “ahora tenéis internet, tv en los asientos, repeticiones, hasta la NESN te dice qué tipo de lanzamiento es. Eso antes no existía o veías la curva o no la veías, pero a pesar de todo eso, de los turistas o de que la cerveza y los perritos calientes son más caros que entonces, el béisbol es el mismo, el pitcher lanza y debe eliminar a tres bateadores por entrada, haga calor, frío o llueva. Hoy hay más fotógrafos y cámaras de televisión pero el Monstruo Verde impone igual que siempre, después de tercera base viene home, antes de cada partido se grita playball y en medio de la séptima entrada cantamos Sweet Caroline… ‘Go Sox, Go Sox’. Y que el béisbol es lealtad. Lealtad a tu equipo, a tu ciudad, a lo que representa y que va más allá del propio béisbol”.
Entre tanta confesión le dije que tenía que contarle algo, que esa no era mi primera vez en Fenway Park, que mi primera vez fue en marzo de 2013, que también hice el tour ya que la temporada no había empezado, y que también estuve sentado en una sección del grandstand mientras en el tour contaban las historias para los turistas, y pensé que algún día vería ganar a los Red Sox unas World Series, que sentado allí no me podía creer lo que estaba viendo, que un mes después ocurrió el atentado del maratón por la calle donde yo había paseado y que siete meses después los Red Sox ganaron las World Series de 2013, algo que quiero creer alivió un poco el dolor de la ciudad. Para mí también fue el año de la barba de Mike Napoli y el año en el que a las 5:30 am de la madrugada grité a pleno pulmón: “¡¡¡Campeones!!! ¡¡¡Somos Campeones!!!” Y que recordé que hacía siete meses yo me había sentado allí mismo soñando que algún día vería a los Red Sox ganar las World Series. Nunca olvidaré lo que me respondió: “El béisbol es como la vida, un juego, no debes tomártelo muy en serio, solo debe divertirte, si no, sufrirás (risas)”.
Esta es la parte más difícil de todas, cómo explicar a alguien que es sordo, cómo suena la voz de Tom Waits o cómo explicar a alguien que es ciego, cómo es el mar. Cómo explicar a alguien que nunca ha estado en Fenway Park cómo es el ambiente de un partido de los Red Sox. Nuestro partido fue un caluroso sábado de abril de 2017 entre los Red Sox y los Cubs. Los aficionados de ambos equipos tenemos muchas cosas en común, por nombrar un par de ellas, diré que la paciencia es una de nuestras virtudes y también están nuestras maldiciones. Así que se nota un ambiente festivo en Fenway Park, no hay rivalidad, ok, ya tenéis vuestras World Series, ya podéis pasear por Boston con vuestras camisetas con el parche de Campeones, ok, sigamos adelante, jajaja…
Coges el T, te bajas en Kenmore, sales a la calle, «tickets sale», «tickets sale» es lo primero que escuchas luego «programa a un dólar, un dólar» y gente, mucha gente. Andas un poco más y estás en el Puente de Big Papi, más programas a un dólar, un coche que pide paso al parking y ya lo hueles, has pasado esta mañana para el tour pero lo hueles, el verde de Fenway Park. Las terrazas están abarrotadas de gente comiendo, colas para entrar en Game On, la primera calle que ves es Lansdowne St, el puesto de camisetas, de salchichas, de ropa, la gente yendo y viniendo, la cola para los que no tienen ticket y quieren comprarlo ese mismo día de partido en la valla «Game Day Ticket Sales», otra cola más adelante en el Bleacher Bar y casi al final de la calle enfrente del House Of Blues, una señora con una mesa de camping que tiene todo tipo de memorabilia, cartas, cromos, monedas de casino. Continúas unos pasos dejando la Lansdowne St a la izquierda, pasas el Game On y puedes ver el letrero de la Yawkey Way St. A la derecha el Boston Beer Works, los números retirados y al final también se distingue la Yawkey Way T. A la izquierda te sumerges en la Yawkey Way St, las tiendas oficiales, puestos de comida y bebida por ambos lados, la seguridad y ya dentro de la calle, fiesta, una banda tocando, Wally haciéndose fotos con los chavales más jóvenes, bueno y no tan jóvenes, más puestos de comida y bebida, música, Brian el zancudo le tira una bola a un chaval y éste se la devuelve al guante, la gente aplaude. Ahora hace el gesto de lanzar la bola a un señor de los Cubs pero le dice: “No, Cubs no”. La gente sonríe y aplaude. Fiesta, música y béisbol. Llegas al final de la calle, una tienda, un puesto de salchichas y la Van Ness St mucho más calmada que el resto. En esta calle es donde suelen aparcar los coches de los jugadores, ves seguridad pero también al final de la calle una cola de gente donde las estatuas de los TeamMates, es la Gate B.
Una vez que has entrado, te han picado el ticket, en papel o por la App Ballpark, y has pasado seguridad, sigues notando ese ambiente festivo, escuchas la banda que toca fuera, te cruzas y saludas al matrimonio de los Cubs que te preguntó en Park Street por la parada de Fenway Park. Buscas tu sección y tu asiento pero antes de sentarte también puedes comer o beber algo tranquilamente mientras ves pasar gente y más gente, unos con camisetas de los Red Sox, otros de los Cubs, jóvenes, mayores, altos, bajos, gordos, delgados, solteros, casados, guapos, feos… Es increíble, si existe el Cielo debe de ser algo así, comer y beber algo, ir al wc, buscar la zona de tu asiento y ver pasar gente y más gente, todos contentos en un precioso día soleado de abril mientras una banda de música toca en la calle ‘Sweet Caroline’ y tu pitcher preferido se prepara para lanzar.
Finamente llegas a tu asiento. A tu izquierda una familia de cuatro miembros muy orgullosa de sus Cubs y su lanzador de hoy, Jake Arrieta. Himno, playball y dos tragos a la Coke que esto comienza ya. La aficionada de los Cubs de mi izquierda es de las que anota los partidos. Sonríe y aplaude cuando a Pomeranz le hacen un HR, yo resoplo pero cuando al final de la primera entrada al Sr. Arrieta le hemos hecho 5 carreras, miro de reojo esa anotación y pienso: “apunta, apunta bien, no sea que te olvides de algún detalle”, jajaja. El partido continúa, los minutos entre entrada y entrada se hacen más amenos viendo las pantallas de tv con la señal de NESN donde ves repeticiones o enviando fotos o vídeos a cualquier amigo intentando explicarle que estás sentado en Fenway Park viendo jugar a los Red Sox. En la cuarta entrada un señor cuatro asientos a la derecha del mío, decide comprarse una limonada bien fresca y le grita al vendedor. Éste se para al inicio de la fila pero a mi izquierda. Le da la limonada a la persona que está en el asiento 1, éste se la pasa al que está en el asiento 2 y así sucesivamente hasta pasar por mis manos y las de 4 asientos más a mi derecha hasta llegar al señor sediento. Éste una vez tiene la limonada le da los billetes a la persona que está a su izquierda y así sucesivamente otra vez, asiento por asiento, persona por persona, el dinero llega al asiento 1 donde es entregado al vendedor. Éste mira los billetes, los cuenta y al ver que le sobra alguno, mira a lo lejos hacia donde el señor sediento y éste le hace un gesto como de “todo ok”. En la sexta entrada me voy a beber algo y ya me quedo de pie en la parte alta de la sección grandstand aunque me muevo por varias zonas hasta colocarme justo detrás del home y allí en la mitad de la octava cantar a pleno pulmón ‘Sweet Caroline’ “Go Sox, Go Sox» y ver cómo Kimbrel hace sus tres outs en la novena para ganar a los Cubs.Siento decepcionarles si esperaban que les relatase todos los detalles sobre el partido entre los Red Sox y los Cubs, todas las estadísticas, HR, outs, strikes, etc. Pero hay personas mucho más listas e inteligentes que yo que lo hacen y muy bien además. Una de esas personas es Uri Berenguer, locutor de los Boston Red Sox desde 2001 y a quien tengo mucho que agradecer. Yo sólo he pretendido acercarles por un momento a Fenway Park, porque al fin y al cabo los Red Sox juegan 162 partidos pero Fenway solo hay uno.
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