lunes, 3 de agosto de 2020

100 años de Pedro Padrón Panza, arquitecto de dinastías



El legendario cofundador y más célebre propietario de los Tiburones de La Guaira nació hace un siglo, en el Litoral Central. Trabajador denodado, empresario autodidacta y maestro en la firma de peloteros, murió en 1998, tras luchar por cerca de una década contra afecciones de salud que le robaron el tiempo para mantener viva a La Guerrilla. Este perfil data de entonces y hoy lo vuelvo a publicar para mantener vivo el recuerdo del más célebre guairista

Por Ignacio Serrano
El Nacional

Pedro Padrón Panza dijo una vez que la actuación de los Tiburones dependía en mucho de los vaivenes de su salud. Y no erraba este empresario de 77 años al atar con su verbo el destino de los salados a su propio historial clínico. Mientras estuvo sano, La Guaira fue una de las novenas más dominantes de este beisbol. Y al caer enfermo, a comienzos de la década de los 90, comenzó también el más arduo período deportivo que recuerde la afición litoralense.

Por eso no deja de ser una contradicción que PPP -iniciales con las que también se le recordará- haya muerto, y que haya sido llevado a su última morada, acompañado de familiares, amigos y gente vinculada a esta pasión suya de cuatro décadas, entre quienes se contaron el grandeliga Oswaldo Guillén, Luis Salazar, Remigio Hermoso, Carlos "Morocho" Moreno, Angel Bravo y Antonio "Loco" Torres.

Después de todo, Padrón Panza no pudo vencer su última batalla contra esas dolencias que le aquejaron, exactamente tres meses después de que su equipo volviera a la vida y forzara un juego extra con las Águilas en la ronda regular del campeonato 1997-1998, devolviéndole a su aguerrida afición parte del entusiasmo postergado por cinco anteriores eliminaciones sufridas de manera consecutiva.

"Fue un hombre del beisbol. Su huella va mucho más allá de los Tiburones", indicó Mikel Pérez minutos después del sepelio, evocando la memoria del último de los fundadores de la actual pelota nativa.

Pérez, asesor de la gerencia guaireña, junto a los cuatro hijos de Padrón -Perucho, Toño, Pilín y Beatriz- deberá observar ahora el proceso de reajuste que forzosamente atravesará el conjunto radicado en el estadio Universitario.

No de balde, con Padrón Panza terminó la era en la que un sólo hombre era capaz de mover todo un club y llevarlo hasta el título. Y no fue uno; fueron siete los banderines campeoniles que atraparon con él los Tiburones, sin contar un historial de 21 clasificaciones en un período de 22 torneos.

De esas glorias vive hoy buena parte de su fanaticada, luego de que esa excesiva dependencia transitara por sus vacas flacas al menguar la salud de su motor único y principal.

Comenzar con 10 acciones. Padrón Panza no pasó del segundo grado en la educación primaria, pero llegó a ser dueño de una empresa de transporte con más de 50 gandolas y todo lo hizo por tener una vocación incansable que comenzó de chico, en La Guaira.

"Cuando mi mamá me veía levantarme para trabajar los domingos", le contó hace algún tiempo a Humberto Acosta, "ella me decía: 'porqué vas a trabajar, si hoy es un día para descansar'. Me cansé de explicarle que mientras tuviera fuerzas voy a trabajar. Hasta los domingos, si es necesario".

Así también llegó a convertirse en el directivo más influyente de este beisbol. Comenzó en el negocio casi por hacerle un favor a José Antonio Casanova y Jesús Guillermo Gómez, quienes buscaban dinero para concretar la trasformación del Pampero en una nueva franquicia, y terminó por ser uno de los ejecutivos con mejores relaciones en el norte.

Una vez narró a Rodolfo José Mauriello la forma cómo creció dentro de los Tiburones: compró 10 acciones a mil bolívares cada una, convenció a sus compañeros de directiva de que el club debía llamarse La Guaira y no Santa Marta, se encargó personalmente de la adquisición del legendario Luis Aparicio -verdadera clave en el inicio de la dinastía salada- y dos lustros después ya era el accionista mayoritario.

Los Tiburones nacieron en la temporada 62-63 y clasificaron por primera vez dos años después, ya con Aparicio a bordo.

Después vendrían los títulos, las participaciones en la Serie del Caribe y, lo más emblemático en esta divisa, el surgimiento de figuras criolla que marcaron una época, casi todos firmados por Padrón Panza "sin ser un scout, a puro ojo": Angel Bravo, Juan Francisco Monasterio, Luis Lunar, Enzo Hernández, Luis Mercedes Sánchez, José Herrera, Luis y Argenis Salazar, Gustavo Polidor, Oswaldo Guillén, Carlos "Café" Martínez, Raúl Pérez Tovar, Norman Carrasco, Alfredo Pedrique, Felipe Lira.

"La guerrilla" de los años 80 fue la última gran camada nativa de los litoralenses. Luego vino la primera crisis de salud para Padrón Panza y el inmediato aletargamiento de su novena. Al poco tiempo, hasta el dramaturgo José Ignacio Cabrujas le increpó el debilitamiento de lo que ya era un patrimonio nacional. "Cabrujas me puso a reflexionar", confesaría PPP tras la muerte del escritor.

Durante los peores momentos, sus allegados debieron pelear con él para que se mantuviera en cama y dejara de revolverse por el equipo.

A mediados de los 90 regresó y recomenzó casi desde cero la reconstrucción de la base criolla. En agosto de 1996 afirmó que en un par de años volvería a competir, tal como hizo en el pasado. Y no erró, aunque aquel juego extra lo ganaran las Aguilas sobre el conjunto que más encuentros dominó durante el mes de diciembre.

"Para morirse hay que estar vivo", dijo un día este apasionado guaireño, quien fue llevado en hombros, en paseo luctuoso, por el estadio César Nieves, por las instalaciones de su compañía de transporte y por el puerto de la ciudad de sus amores, de donde nunca quiso salir y a donde quiso llevar trabajo, prosperidad y ánimo peloteril. "La muerte es inesperada. No hay edad para recibirla, aunque creo que nacemos al revés. Uno debería nacer con la experiencia que adquiere con la vejez".

Publicado en el diario El Nacional, el 2 de abril de 1998.

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