HISTORIAS DEL DIAMANTE
Por Joaquín Villamizar Baptista
Hoy vamos hablar de Tony Oliva, un pelotero que aparentemente ignoraba lo que eran las Grandes Ligas, pero que llegó a ser uno de los mejores bateadores de su época.
Una tarde de 1962, el periodista e historiador venezolano Juan Vené llegó a Orlando, Florida, para conocer a Oliva, de quien le había dicho un scout: “Es un cubano grandote, con un bate muy peligroso en las manos”.
Jugaba para los Mellizos de Minnesota y ese equipo se entrenaba allí.
Terminaban sus labores del día y Tony iba en camino al clubhouse, así que le contó en el camino: “Esta tarde jugamos y le di dos líneas a un rubito zurdo, ¿quién sabe cómo lo llaman?”.
Se trataba nada más y nada menos que de White Ford, quien era dueño de una extraordinaria historia con los poderosos Yanquis de Nueva York.
El reportero pensó: “Pero, si es uno de los mejores pitchers del beisbol”.
Pero a Oliva, en su primera experiencia con el equipo grande, no le importaba conocer a quién le bateaba. Su interés era otro: conectarle lo mejor posible.
Ese mismo año en 1962 Oliva llegó a las Grandes Ligas, lo que repitió en parte de la campaña de 1963. Pero fue 1964, cuando los Mellizos lo dejaron arriba durante toda la temporada.
Por primera vez ese año asombró al mundo del beisbol. Torturó a los lanzadores de la Liga Americana con 217 incogibles, para terminar la temporada con un promedio al bate de .323 . Además, disparó 32 jonrones, por lo que fue elegido Novato del Año y, además, participó en el Juego de Estrellas en Shea Stadium, una visita que haría en ocho oportunidades.
Hay que recordar que Oliva comenzó su carrera en la “segunda era de la bola muerta”, entre 1963 y 1968. A los directivos de las Ligas Mayores se les ocurrió la idea de subir la lomita y de agrandar la zona de strikes en 1963, lo que se convirtió en una tormenta.
De ahí salieron actuaciones rutilantes en el pitcheo de esa época tales como las de Sandy Koufax, Don Drysdale, Bob Gibson, entre otras. Hasta que llegó el año 1968 con las 31 victorias de Denny McLain y la efectividad de Bob Gibson en una temporada de 1.12, lo que se unió al campeonato de Carl Yastrzenski en la Liga Americana con apenas .301 de average.
Para 1969 bajaron la lomita y acortaron la zona de strikes. Todo volvió la normalidad. Pero Tony Oliva conquistó dos de sus tres coronas de bateo en esa época. De ahí parte de su grandeza.
Oliva, quien vive en Bloomington, Minnesota, en una casa que compró en 1972, trabajó para los Mellizos como asesor en las relaciones con los peloteros latinoamericanos y viajó como scout a México y el área del Caribe. Además, estuvo muy activo en la enseñanza del inglés para los peloteros jóvenes.
“Se lo enseñamos en las Menores”, decía Tony. “Y le servimos un buen desayuno y una cena todos los días, para que no tengan que salir a comer por ahí. Cuando terminan su primera temporada, ya conocen bastante inglés. La vida es muy diferente cuando uno entiende a la gente”.
Tony, por cierto, no disfrutó de esas ventajas cuando llegó de Cuba con documentos falsos. Tuvo que aprender el inglés equivocándose durante los juegos y en su diario ir y venir por las áreas del beisbol.
Su real nombre es: Pedro. Sin embargo, en los documentos siempre ha aparecido como Antonio, porque tuvo que salir de Cuba huyendo de las obligaciones militares. Pedro estaba en la edad de ser reclamado por el gobierno, pero Antonio no. Así que hizo el viaje con el pasaporte de Tony, su hermano menor.
Daba siempre la impresión de no saber lo que las Grandes Ligas significaban. Aquello de White Ford fue al llegar al equipo mayor. Cuando en octubre de 1965 se entrenaban en Minnesota para el primer juego de la Serie Mundial contra los Dodgers de visita, el periodista venezolano fue a saludarle.
Su reacción fue de sorpresa: “¿Y qué haces tú aquí, muchacho?”. “Bueno, vine para la Serie Mundial”, le contestó Vené. “Venir desde Venezuela hasta aquí, ¿sólo para esta porquería?”.
Siempre pareció desdeñar las Mayores. En el campo de entrenamiento de las Menores, hace muchos años, Tony atendía la práctica de varios novatos acabados de llegar. Uno de ellos se le acercó y con todas las señales de sentirse admirado por la presencia del legendario cubano le preguntó:
“Señor Oliva, ¿cómo hizo usted para ser tan buen bateador?”.
"Fue sencillo, hijo", y le pasó la mano con cariño por la cabeza, hasta tumbarle la gorra: “Fíjate que fabrican bates, como ese que tienes en las manos, especialmente para que uno choque la pelota con ellos. Es una madera muy bien trabajada y preparada para eso. Dos ventajas: una, no tienes que darle a la pelota con la mano, no hay dolor. Dos, ese instrumento posee todo lo necesario para batear bien, pues, todo lo que debes hacer es darle a la pelota con el bate. Eso era lo que yo hacía, nadie me enseñó a batear”.
Ahora, cuando Oliva tiene 82 años de edad --nació el 22 de julio de 1938-- ya sabe bien qué es el beisbol de las Grandes Ligas. Lo aprendió por muchas vías, incluidas las siete operaciones a las cuales hubo de someterse en las rodillas para poder seguir jugando.
A la larga, esas dolencias cortaron su carrera en forma prematura. De sus 15 temporadas en las Mayores solo jugó como regular en 12. En las primeras tuvo sólo 19 turnos y en una tercera apareció sólo en 10 juegos, por las lesiones. Eso es lo único que impidió su entronización en el Salón de la Fama.
A Tony siempre se le recordará como un hombre humilde. Siempre afirmaba, riéndose: “Cuando lanzaban aquellos de la Nacional, como Bob Gibson, Sandy Koufax, Tom Seaver o Don Drysdale, me sentía muy dichoso de estar en la Liga Americana”. Es historia amigos.
Joaquín Villamizar Baptista
Fuentes:
125 Years of Professional Baseball por Bill Felber.
Las Mejores Anécdotas del Beisbol, por Juan Vené.
Cinco Mil Años de Beisbol, por Juan Vené.
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