MARI MONTES
Sixto Sánchez soltó la recta a 100 millas por hora. El bate de Adam Eaton apenas rozó la pelota, que salió directo a la careta de Francisco Cervelli. El primer episodio terminó sin complicaciones. En el tercer inning, Cervelli se acercó al manager Don Mattingly y le dijo: «¡No puedo más, no siento el cuerpo. No puedo más!»
Guapeó dos innings más después del golpe, pero aturdido por el impacto no pudo seguir. Era un peligro. Sixto seguía enviando pelotas como meteoritos.
Primero fue puesto en la lista de lesionados por 10 días por una conmoción cerebral. Luego fue incorporado en la lista de 60 días. La temporada había terminado para él, una temporada que comenzó con tantas dudas, como fue para todos, con el accidentado inicio de los Marlins, con 18 jugadores enfermos de COVID-19, uno de ellos el receptor titular, Jorge Alfaro, el primero en contagiarse del virus. Estuvo en el Opening Day en Filadelfia, y a los tres días, luego de ganar la serie a los Phillies, comenzaron a dar positivo más jugadores hasta quedar solo 13 de la nómina original.
Es toda una épica lo hecho por los Marlins, con él y Jesús Aguilar comandando las batallas que tuvieron que dar, primero durante el encierro y luego cuando volvieron a jugar y tocó integrarse con jugadores con muy poca o ninguna experiencia en las Grandes Ligas.
Los inicios
Antes de dedicarnos a esa historia reciente, lo invité a subirse al DeLorean de Volver al futuro, para irnos a su recuerdo más feliz en el béisbol. Nos fuimos hasta Maracaibo, estado Zulia, 1996, Juegos Nacionales. Desde allá nos vinimos de vuelta a 2020.
—Nos quedábamos en casas de familia. Recuerdo que en el estadio de PDVSA di un jonrón con 3 en bases. El juego era televisado. Ahí sentí por primera vez la competencia en el béisbol, la competencia sana, lo que es admirar al que está del otro lado y que también tengan mucho cuidado contigo. Tenía 10 años. En ese tiempo yo jugaba con Félix Hernández, que nos llevaba 4 años, en el sentido de que lanzaba más duro que todo el mundo.
Le tocó una época de béisbol menor esplendorosa, en la que el voluntariado de los padres permitía hacer torneos donde los peloteros desarrollaban destrezas y carácter, principios y valores.
—Yo jugué en la etapa en la que el pelotero se formaba en las pequeñas ligas. Es muy importante porque esas categorías desarrollan el gusto por la competencia y le da sentido. Sin competencia el ser humano no puede vivir, es algo sano, que nos impulsa a ser mejores. Aquellos eran los tiempos donde si quedabas en segundo lugar no tenías trofeo. Ahora le dan trofeo a todo el mundo. Antes era, “trabaja y gánatelo”. En el nacional anterior, que fue en San Carlos, dormimos en el piso, los representantes nos daban las comidas, teníamos que ir al monte porque no había baños. Así se aprende lo que es el sacrificio. No vengo de una familia adinerada. Siempre me enseñaron que las cosas se ganan. Lo fácil puede ser un arma de doble filo.
Concluye que toda su vida en el béisbol ha sido muy parecida.
—Todo lo que fue mi carrera desde las pequeñas ligas, Ligas Menores y Grandes Ligas, siempre fue lo mismo. Nunca fui el mejor, pero siempre fui el perrito que más movía la cola. Siempre hay uno que llama la atención y ese es el que se quieren llevar. Lo digo con toda humildad, llamaba la atención porque estaba sucio, estaba gritando, con una energía que sobrepasaba al resto. Me concentré en eso.
Es fácil imaginárselo, porque esa actitud no cambió hasta hacerse un jugador profesional.
—Era intenso. Desde niño mis papás me dijeron que no fuese tan rudo conmigo y disfrutara. Mi mamá me decía que me ensuciara, que ella me lavaba el uniforme. Ella quería que llegara con una sonrisa en la cara, que si algo me gustaba tanto ¿por qué me daba tanto estrés?
Luego de unos segundos de silencio, sigue sin desviarse.
—Desde que tengo 4 años, que vi esas dos líneas de cal, me enamoré del béisbol. Ha sido mi amor eterno por 30 años. Es el único amor. Supongamos que es como una mujer. Es una pasión. Me ha pegado, me ha amado, y me pegado otra vez. Me ha dado alegrías, tristezas y preocupaciones. Me ha dado momentos únicos en mi vida. Por todo eso, la sigo amando y le he sido fiel. Es a lo que he sido más fiel en toda mi vida. A pesar de que fue dura conmigo, siempre fue leal. Hubo momentos en mi carrera que pensé que se me había acabado el béisbol, pero ella misma me daba esperanzas, a pesar de mis errores.
El béisbol cobra
Estos últimos días, con los Marlins clasificados a postemporada, quedó fuera de la nómina al estar en la lista de lesionados. Y por las condiciones impuestas por la pandemia, no fue incluido. Ha pensando mucho. Han sido días para verse a sí mismo y pensar en todo lo que ha pasado.
—El béisbol tiene un Dios diferente. Al béisbol no lo puedes engañar porque te golpea. Lo decimos entre nosotros mismos. Los peloteros creemos que hay un dios del béisbol. No puedes ser el más duro ni el más pendejo, porque viene y te mete en el carril. A mí me dio golpes un par de veces.
En 2012, una lesión producto de un foul en el pie, hizo pensar a Francisco Cervelli que su carrera estaba en peligro. Entonces vino el error que lo hizo involucrarse en la trama de Biogenesis en la cual resaltaron nombres como el de A Rod, Nelson Cruz o Ryan Braun, y el uso de sustancias prohibidas. Deseaba recuperarse rápidamente y tomó el atajo. A esos golpes se refiere.
—Los golpes más duros fueron en 2013, cuando me dio un foul que me fracturó el nudillo en pedacitos. Me dijeron que en 6 semanas volvía y pasé 10 meses de terapia. Aparte de eso, pasé por la cosa más vergonzosa de mi vida, que fue la suspensión de 50 juegos por el escándalo de Biogenesis. Es la única cosa de la que me arrepiento en mi vida. Hasta el sol de hoy me da vergüenza, pero sin esa experiencia no habría aprendido que debo cuidarme de quienes no tienen nada que perder. La gente que no tiene nada que perder es peligrosa. Es embaucadora. Te van a poner el placer ahí, pero siempre te va a ir mal. Porque esa gente nunca ha hecho algo bueno por ellos, entonces no pueden hacerlo por otros.
De nuevo hace una pausa reflexiva.
—Si pudiera retroceder el tiempo, eliminaría eso de mi vida, pero sin eliminar lo que aprendí gracias a esa experiencia. Yo fui al lugar al que no tenía que ir y pagué. Cuando estás triste, muy frustrado o muy feliz, no puedes tomar decisiones. Son los momentos más peligrosos para tomar una decisión. No hay un balance para ver lo bueno y lo malo. Si estás muy feliz, todo lo ves lindo y si estás muy triste, todo lo ves mal, entonces yo en ese momento estaba muy triste porque me golpeó un foul y me fracturé un pie.
No es un hombre que busca excusas, por eso no apeló a la suspensión y cumplió sin reparos. Explica lo que lo llevó ahí, sin atenuantes.
—Además de otras lesiones, estaba que todos los años yo tenía un prospecto nuevo. Tenía que llegar al Spring Training y matarme para ganarme el puesto de suplente.
Continúa en el repaso de sus pasos en su historia de amor con el béisbol. Una historia de un amor real, con todo lo que eso implica, incluidos los consejos de Damelys, su mamá.
—El único año que me sentí tranquilo y seguro, fue el año que me bajaron a triple A, en último día de Spring Training. Ese 2012 estuve en Triple A todo el año. Recuerdo que el primer mes estaba bateando .050 y había cometido 10 passed balls, no quería jugar. Llegaron mis padres. Un día voy al estadio y salgo en mono, franela, en chancletas y sin peinarme, entonces mi mamá me pregunta que para dónde voy vestido así, si a mí me gusta andar bien vestido y arreglado. Entonces me metió en el baño y nos pusimos a llorar los dos. Me dijo: “Tenemos dos opciones, o juegas duro y eres tú otra vez, o nos vamos a Venezuela, porque lo que estoy viendo me da pena. Me da pena verte jugar. El béisbol es igual en Japón, en Italia, en Estados Unidos, donde sea. En cualquier lugar que juegues, tienes que respetar al béisbol. Así que anda a jugar bien”. Ese día empecé a salir del hueco. Hasta que me subieron en septiembre. Yo había estado en Grandes Ligas desde 2008, y uno se mal acostumbra, entonces fue duro. Estábamos en Scranton y no teníamos estadio porque lo estaban arreglando, así que éramos unos homeless en la ruta, con dos maletas para todos lados, montados en el autobús que a veces se dañaba. Fue duro, pero también fue más aprendizaje.
Enfrentó la situación para poder avanzar sin lastres. En la LVBP lo cambiaron de los Cardenales de Lara a los Navegantes del Magallanes. Aprovechó para corregir y hacer ajustes.
—Aparté el problema, aparté la vergüenza y me dije: “¡Concéntrate con en lo que puedas sacar de aquí!” En ese evento de 2013 pensé que se me había acabado el béisbol, no por el evento en sí, sino por la fractura. Nunca pude cerrar la mano otra vez. No sabía cómo agarrar el bate, no podía agarrar la pelota. Me lesioné el codo por estar lanzando de otra manera. Al modificar la mecánica me hice daño en el codo.
La mayoría de los jugadores profesionales ha dedicado su vida a jugar béisbol desde muy niños. Francisco Cervelli tiene 34 años y 30 de esos años han transcurrido entre las rayas de cal que lo enamoraron. Nació en Valencia, estado Carabobo, el 6 de marzo de 1986.
—Hay que estar muy entusiasmado para levantarse muy temprano los fines de semana, combinar la escuela con las prácticas. Cuando son más grandes es dejar de ir a una fiesta o a la playa, porque hay torneo y eso es más importante porque es un compromiso.
Dominicana: béisbol y bachata
Francisco Cervelli recuerda cómo fue el aprendizaje en la Dominican Summer League, primera parada en el ascenso regular de los jugadores profesionales en su recorrido hacia las Grandes Ligas.
—República Dominicana es mi segundo país. Fue mi primera vez fuera de Venezuela. Le primera vez que conocí otras culturas.
Era uno de los prospectos de los Yankees. En República Dominicana compartió con muchachos de todo el Caribe. Le tocó adaptarse a comer cualquier cosa o aguantar hambre.
—La Liga Dominicana es muy difícil, estuve ahí dos veranos. Supe lo que era pasar hambre. Yo jamás había pasado hambre y creo que es más difícil para quienes siempre tuvieron sus tres comidas, que para alguien que no. En mi casa se comía bien, no existía comerse una pasta con mantequilla y queso. Aquí la comida era horrible, 5 meses de frijoles rojos, arroz blanco y pollo guisado más un jugo artificial. La cena era ocumo chino, yuca o batata con mortadela frita, y más jugo de cajita. La merienda antes de jugar era una sopa de pata de pollo, todos los días, con las patas ahí. Había ratas que parecían canguros. Pero ahí aprendí a hacer del caos algo divertido. Porque tenía 2 opciones, lloraba y me iba, o buscaba la manera. En Dominicana crecí y me hice hombre. Ahí aprendí a lavar, planchar, cocinar, a hacerme todo. No sabía bailar y aprendí. Viajando por toda esa geografía entendí por qué son tan felices con tan poco. Me enamoré de esa isla. Aunque no entendía por qué se levantaban a oír bachata. Estuve con tipos mayores que decían que tenían 17 años y tenían 30 años. No entendía por qué los cubanos eran así o los boricuas. Cuando los entendí los quise mucho. Los respeto porque nunca pierden su identidad. Yo venía de Venezuela dónde había cierto desprecio por lo nuestro, ahora no es así, todo esto nos ha hecho valorar lo que tenemos y lo extrañamos, pero antes no éramos así. Al dominicano le gusta su bachata y su merengue, su gastronomía, están orgullosos.
Entre sus recuerdos entrañables están las trabajadoras de la academia de los Yankees. Lo consentían especialmente.
—Hay una señora que nos cocinaba que se llama Argentina, también estaba Francisca. Argentina me traía aguacates de su casa. Ponía una presa de pollo extra debajo del arroz. Hace dos años llamé a Iván Nova y fui para su casa. Tenía 16 años sin verla, estaba en la puerta sentadita. Ella nos mató el hambre. Si llegabas tarde te tocaba el hueso del pollo. A Francisca la voy a buscar ahora cuando regrese.
De todo se aprende
Los años en las Ligas Menores sirven al pelotero para crecer en todos los aspectos. El jugador hispano tiene además la necesidad de hablar el idioma para entender mejor lo que le dicen los técnicos. Para un receptor, aprender inglés es urgente.
—Aprendí a hablar inglés más rápido porque yo tenía que ir a hablar con los pitchers. Me lo impuse. Me decía: “¿qué les digo?”. A todos les decía “throw the ball to the strike zone”. Eso me lo enseñó mi profesor de inglés en Dominicana, el venezolano Alfredo Torres.
Con facilidad recuerda nombres que influyeron en su vida.
—Una de las cosas que me ha motivado siempre es que me reten, que me digan cosas negativas. Eso fue así en mi carrera, tener buenos coaches, pero también tuve unos que sabían donde estaba la llaga. Mis maestros en el béisbol fueron Luis Sojo, Heberto Andrade, Humberto Trejo, que fue como un padre en Dominicana, el panameño Julio Mosquera. Julio me salvó de que los Yankees en 2005 me botaran. Ese año fueron a mi casa porque querían que me casara, sabían que yo tenía una novia y querían que me casara porque necesitaban mi visa, en ese tiempo se daban pocas visas, y Julio les convenció para que estuviera un año más. A ellos les molestaba la manera como yo jugaba porque gritaba mucho y él les dijo que me iba a controlar, y lo hizo. El que me hizo creer que yo podía batear fue el coach de bateo Ty Hawkins, que ahora está con los Marlins. Kevin Long, arriba con los Yankees, fue quien me dio el extra, porque todo el mundo decía que yo quechaba pero no bateaba. Cuando vio mi swing me dijo: “vamos a trabajar porque tú sí bateas”, y así fue.
Las vivencias de los jugadores no van en la batera, pero van cargando con ellas desde siempre. Todo ese aprendizaje es otra herramienta. De los Yankees, Cervelli fue cambiado a los Piratas, donde tuvo buenas temporadas, una de 130 juegos y .295 de promedio al bate. Sufrió diversas lesiones, hasta una que casi lo saca del juego en 2019.
—Me dieron fouls en 4 juegos seguidos, hasta que la parte gruesa de un bate roto de Joc Pederson me dio en la cabeza.
Fue su inscripción, otra vez, en la lista de lesionados. La prensa de Pittsburgh dijo que aquella era la sexta conmoción documentaba desde 2011. «Son muchas», dice Francisco. Terminó el año con los Bravos de Atlanta y en el invierno fue contratado por los Marlins de Miami. Su llegada fue muy bien recibida por todo el equipo. Estaba trabajando muy bien en primavera cuando se presentó la cuarentena y volvió con buenas expectativas para la corta temporada. Después del breve entrenamiento, se fueron a Atlanta para dos juegos de exhibición.
Y apareció el virus
Cervelli iba a compartir posición con el careta colombiano Jorge Alfaro, pero se desató todo el episodio de la COVID-19. Le tocó protagonizar una historia de película.
Durante esos 8 días de encierro, Francisco Cervelli pensó varias veces en irse a su casa. Mientras escuchaba a Andrea Bocelli y fumaba un habano en una ventana rota de la habitación (debió pagar una multa), hablaba con su novia. Fue ella quien le dijo que se olvidara de pensar en dejar al equipo.
—Salimos para 6 días y nos quedamos 24. Todos los días quería irme a mi casa. No lo hice por los muchachos. Hablaba con mi novia, ella me dijo: “¿Para donde vas a ir? ¿Vas a tirar la toalla? ¿Los vas a dejar solos? ¿Vas a venir a fumarte ese mismo tabaco en el balcón?
Lo decía para escuchar eso, sabía que era imposible dejar al equipo. Recordó su conversación con Derek Jeter cuando llegó.
—Jeter es el mejor jugador que he visto en toda mi vida, dentro y fuera del campo. Cuando llegué a los Marlins le dije que era un buen proyecto para un par de años y me dijo que comenzáramos ahora. Me dijo: “espera que veas a los carajitos que tengo allá abajo”. ¡Vaya que los vi!
En esos inolvidables 8 días en el hotel, no podían salir de la habitación. Les dejaban la comida en la puerta.
—Yo no tenía zapatos de goma. Salimos por seis días. Prendíamos el televisor, Aguilar en el piso de abajo y yo arriba, haciendo zumba. Nos gritábamos por la ventana. ¿Qué más íbamos a hacer? No lanzábamos una pelota, no podíamos salir, no hicimos un swing.
Sin darse cuenta, disfruta el relato mientras toma un Macchiato.
—Un domingo nos dicen que nos van a llevar a practicar, nosotros felices, pensamos que iríamos al estadio, pero no, nos llevaron a un high school. Ahí fue batear una hora y después a Baltimore. Hicimos una reunión y dijimos “tenemos todas las de perder, no hemos lanzado hace mucho tiempo, no hemos bateado ni corrido. Vamos a jugar como pequeñas ligas. Hacer swing a esa vaina, a todo lo que venga por ahí. Por eso nos metimos tantos ponches la primera semana. Estábamos en modo diversión, que si perdíamos no pasaba nada, pero si ganábamos pasaría mucho. Una de las cosas más chéveres que vi este año fue cómo un grupo de muchachos pueden transmitirle a un manager, ganas de managear. Donny es muy tranquilo, verlo pegar gritos en el Clubhouse, después de que barrimos a los Orioles. Lo que le transmitimos a él. También alguien ahí que nadie ve, James Russell, es un tipo que sabe lo que es ganar, que ha estado en playoffs.
Los Marlins quedaron clasificados a postemporada con récord positivo. En Julio, cuando la temporada empezó, tenían en contra todo, además de la COVID-19. Quedaron fuera 18 jugadores y hubo que llamar a otros. Un equipo tiene un plan para sustituir jugadores, pero no espera que ocurra con más de la mitad. Aquel principio parecía un agregado a los pronósticos negativos que se hicieron sobre los Marlins antes de empezar.
Francisco Cervelli es de los catchers que piensa que es muy importante conocer al pítcher, saber si está triste, cómo se siente, detalles que no fue posible saber porque llegaron lanzadores que él conoció en el montículo.
—Lo maravilloso de eso es que llegaron tipos que quieren sobrevivir en el beisbol, y que vinieron a dar la vida. James Hoyt quedó como uno de los mejores relevistas de todas las Grandes Ligas, lanzando 88 MPH. ¿Sabes qué es complicado? escuchar tantos comentarios pesimistas, tanta vaina negativa. Hay que seguir, lanzaba Pablo López, ese juego lo ganamos 1-0, yo di jonrón y él lanzó 6 innings. Al otro día Eliéser, 6 innings sin carreras otra vez. Tenían sin lanzar una semana. Después me toca Daniel Castano, Clase A Media y Doble A, Humberto Mejía, Clase A Fuerte. Contra los Mets, contra Toronto, puros chamos de Liga Menor, que buscan establecerse en las GL, pero que están llenos de nervios. Brian Morán tirando 89 millas, salió a hacer su trabajo y estuvo ahí, respondió.
Más que tratar de establecerse, los debuts de varios de esos jugadores fueron precipitados por todo lo sucedido.
—Pero después que te tocó estar arriba ya te quieres quedar. Yo quería darles a esos chamos la experiencia de las Grandes Ligas. Yo quería que ellos sintieran que las Grandes Ligas es un lugar para quedarse. Eso me estresaba mucho. Pero nada, ganamos 5 juegos seguidos. Volvimos a casa y nos sentíamos ¡Wuao!
Le pregunto por el orgullo del equipo, después de atravesar juntos tantas cosas, porque ellos fueron señalados por haber tantos jugadores con COVID-19.
—Era duro controlar 30 chamos que están leyendo, todos los días, cosas negativas. Ex jugadores que leyeron una noticia y nos acabaron. Eso fue irresponsable. Cada historia tiene dos versiones, y nunca escucharon la de nosotros. Nosotros nos quedamos calladitos, aguantamos el chaparrón. Nadie salió a un club de strippers, nadie fue a ningún bar, todo pasó porque veníamos de Miami, una de las ciudades con más casos ¿cómo no iba a pasar? Nos quedamos en el autobús dos horas esperando que limpiaran el avión, pasaron cosas y bueno, al final todo eso sirvió para todos ¿Van a seguir hablando de nosotros? El grupo que quedó, los 13, con los que llegaron, teníamos que resolver. Jesús Aguilar y yo, nos convertimos en los animadores del equipo, los gritos que pegábamos, cuando alguien se medio frustraba lo agarrábamos.
Mientras muchos extrañaron la bulla del público, para otros jugar sin fanáticos fue bueno.
—No tener fanáticos nos ayudó. Con esos muchachos sin experiencia, con público habría sido otro cuento tal vez. Es demasiada presión. Resolvieron como ninguno, no los cambio por nadie. Después de escuchar tantas cosas negativas y tanto pesimismo había que resolver y resolvimos.
Jordan Yamamoto debutó el año pasado, aún no se establece en las Mayores. Tuvo un juego que fue una pesadilla. Estaba ido del plato, no tenía control, Cervelli subió a calmarlo. Pudimos verlo en la transmisión, me dio curiosidad saber qué le dijo en ese momento y cómo es esa responsabilidad.
—Una estupidez que yo le diga en el montículo a un muchacho en ese momento puede acabar con su carrera. Yo debo asegurarme de que ellos sientan que esto es un juego, que es el amor de nuestras vidas y que, que te caigan a palos, es parte de esto. Decirles que de eso aprendemos mucho. Yo como el veterano del equipo en ese momento, si mi lenguaje corporal es malo, todos se caen. Mi deber era sacar una sonrisa de donde no había. Yo toqué el pecho de uno de los muchachos que llegó a relevar y sentí en la mano que se le iba a salir el corazón, y no había fanáticos. Eso es una cosa que yo como catcher tengo que saber ¿qué pido? Déjame ver cómo calienta. Estaban asustados y con nervios, yo estuve ahí, los entiendo. Yo nunca voy a decir “saca a este que no sirve”, porque de repente el año que viene vuelve y se convierte en el mejor pítcher del equipo. Yo debo creer en ellos. Yo estoy ahí y es lo que tengo y debo a buscar la manera de resolver. Si es tirar 12 curvas seguidas, se tiran 12 curvas seguidas. Aquí te voy a hablar de Caracas Magallanes, béisbol invernal. Se resuelve con lo qué hay, en béisbol invernal ves al abridor una vez, después es el relevo y viene otro y otro… tienes que resolver porque no es una liga para desarrollar a nadie, es una liga para ganar. Y eso fue lo que pasó ahorita. Tráeme al otro y al otro… Le preguntaba a Mattingly quién es este y Mattingly me decía “¡Yo no sé!”. Se portaron a la altura. Como unos grandes.
Continúa su fascinante relato. Muchas cosas se escribieron y comentaron, pero nunca es igual escucharlo de un protagonista.
—Ganamos el primer juego después de la cosa esa y llego yo al clubhouse, pongo la música duro y me pongo a bailar, los pongo a bailar a todos. Tienen tanto tiempo perdiendo tanto, que se acostumbraron a eso, y hubo uno que hizo un comentario: “¿Por un juego que ganamos vamos a hacer esta fiesta?” Le dije: “Aprende a celebrar cada cosa chiquita, para que después estés listo para celebrar la grande”.
Sigue contando detalles desconocidos, para destacar lo que la experiencia de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional significó para los Marlins en esos días absurdos. Los venezolanos influyeron en el ánimo del resto.
—Brian Anderson es el hermanito de Aguilar y mío. Él se pone bravo, bastante, tira el casco, rompe el bate, con nosotros no podía. Aprendió a disfrutar el juego. Todo esto lo da la LVBP. Los juegos más complicados que yo he tenido en la vida son Caracas Magallanes, en Caracas. No tiene rival, ni Boston-Yankees, nada. Yo nunca he estado tan asustado en un juego como en un Caracas- Magallanes. La bulla del público es otro nivel, se siente como un silbido, gritos en tu idioma, es una locura. Luego la experiencia y liderazgo de Miguel Rojas cuando llegó de vuelta fue demasiado importante.
Nada como el béisbol
La suma de sus años en el béisbol, con sus bolas y strikes, más todo lo vivido en este 2020, nuevo y sorprendente, le ha hecho reflexionar. Tiene eso de los viejos catchers, que sin darse cuenta, a golpes y por tener a todos en frente, se vuelven filosóficos. Tal vez tiene que ver con la posición, es el único que tiene a todo el equipo frente a él.
—Cuando dejas de jugar béisbol como cuando estabas en las pequeñas ligas, se te complica todo, porque quieres perfección, y ni siquiera en un Juego Perfecto hay perfección. Ponte a ver un Juego Perfecto completo, se da por una gran atrapada de alguien. Si te pones a ver, el lanzador falla pitcheos que terminan en una atrapada en la pared. Siempre hay una gran jugada o varias, porque no depende de uno. Lo que lo hace perfecto es que depende de todos.
Imposible escucharlo decir esa poesía accidental, y no preguntarle si va a extrañarlo, al béisbol, quiero decir.
—No he encontrado nada que me dé más adrenalina que el béisbol, no existe. Me gustaría conocer ahora el béisbol desde afuera. Puede ser en las oficinas o como comentarista. Quiero conocer la dinámica fuera del campo, para entender los dos lados. Después me gustaría volver al campo como coach y como manager. Quiero aprender más de la Analitica, todavía soy muy vieja escuela.
Francisco Cervelli vivió el béisbol de la vieja escuela y también este béisbol que se calcula.
—Yo estudiaba mucho, a todos los bateadores, yo uso las estadísticas para eso, pero también uso el video. Video y analítica. Hay una razón para que alguien batee .220. El que batea de .280 para arriba usa todo el campo. Yo uso la analítica, uso todo, pero cuando te traen 18 peloteros nuevos ¿qué analitica vas a usar? si lo que tienes es que buscar la manera de hacer un out, y otro out y otro out ¿vas a usar analitica? ¡No! Vas a usar la intuición.
Los escritores de Miami le concedieron el Premio “Heart and Professional”, por su aporte y entrega al equipo. No lo sabía cuando le preguntamos sobre eso.
—Es un honor. Te lo puede decir mi familia, mi mentalidad cuando llegué a los Marlins era poder ayudar a llegar a postemporada, a ganar más, porque te acostumbras a perder. Termina siendo hasta cómodo, jugar e irse. Pero los días son muy largos y es aburrido, ganar es muy sabroso. Fue muy especial que llamaran por FaceTime la noche que clasificaron. Los veía gritando y celebrando y pensé “cumplí, y me tengo que ir”, y me voy, creo que ya, lo hice, hice lo que quería hacer. Me voy a mi manera.
Pablo López es una de sus grandes satisfacciones. Juntos agregaron un lanzamiento al repertorio del joven zuliano. Lo admira por ser tan trabajador. Por haber podido superar haber perdido temprano a su mamá y este año a su padre, días antes de iniciar la campaña.
—Una de las cosas más gratificantes que tengo de este año es Pablo López. Tiene chance de ser una súper estrella, un As. Tiene ahora otro lanzamiento, el cutter. En un juego de Spring Training contra los Nats, le pido slider y me tira un cutter contra Soto, que casi le quiebra el bate. Lo agarro en el dugout y le digo “Pablo ¿me puedes tirar ese mismo pitcheo otra vez? Voy a poner la mascota alta. Tíramelo duro. Se lo tiró a Adam Eaton y lo dominó. “Habemos Cutter”. Ese pitcheo no estaba. Pablo es increíble.
Vale decir que con ese lanzamiento, Mariano Rivera dominó por años a los mejores bateadores.
Explica lo que para él debe ser la labor de un receptor.
—El trabajo del catcher es no poner al pítcher en peligro, en situaciones muy peligrosas. Los pitchers siempre dominan dos pitcheos mejor que los otros. En los momentos difíciles hay que irse con esos dos, o con uno, con el mejor, pero no vayas a hacer algo que el porcentaje de fallarlo es muy alto.
Está pendiente de apoyar buenas causas en todo el mundo, haciendo énfasis en Venezuela y en África, pero no le gusta hacer alarde de eso. También ama a Venezuela como a una mujer, pero le tocó representar en el Clásico Mundial la patria de su padre, Manuel Cervelli, Italia.
—Para mí el Clásico Mundial fue una experiencia brutal. Conocí muchos amigos, no había drama ni problemas de nada. Todos lo que querían era jugar béisbol y disfrutar. Jugar contra Venezuela no fue fácil, porque estaba ahí, escuchar nuestro himno nacional me pegó. Desde chiquito quise ponerme la camisa de Venezuela, y representarla en un Mundial, pero no se dio, no pude. Cuando cantaban “¡Play Ball!”, cambiaba todo, era jugar. Fue especial estar con Mike Piazza.
Inventario del dolor
Los catchers llevan los golpes. Francisco Cervelli tiene la cuenta de las cicatrices.
—La cicatriz en la sien derecha fue un batazo que me dieron en Ligas Menores, un bateador hizo un doble swing que me arrancó la careta y me rompió la cara. Me agarraron puntos. Tornillos en la muñeca derecha. Tres operaciones en el nudillo, fractura en la mano izquierda, fractura en un pie con un foul, pelotazos a la cabeza. Tengo puntos en la oreja. En 2015, en un juego contra San Luis, un foul me golpeó y me rompió, empecé a sangrar. Era doble jornada, pero me agarraron puntos y salí a quechar en el segundo juego. La adrenalina hace que no sienta nada. No sentía la mandíbula y seguí jugando.
Entonces, le insisto si es posible que regrese y la respuesta no deja dudas:
—¡Se acabó y no hay vuelta atrás! Se acabó por mi salud, por mi futuro, porque quiero disfrutar la vida, la única cosa que he hecho en mi vida es jugar pelota. Ahora quiero ver cómo es el mundo real, porque no lo sé. Cómo es caminar sin los spikes. No usar la careta.
Nos despedimos y lo veo alejarse en el pasillo. La imagen que viene a mí es la de un gladiador romano con el brazo tatuado, marcado de cicatrices ganadas en combates, que acaba de vencer a un feroz león, despojándose del escudo, de su casco con visera, la cresta y cimera de plumas, la greba metálica, el brazal de cuero y la espada, que no volverá a pelear con ese atuendo, pero dejó una historia escrita en arena, aunque en el caso de Francisco Cervelli, fue una página en el pentágono y la arcilla, entre las líneas de cal.
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