MARI MONTES
Melvin Mora se tiró de cabeza para atrapar la pelota a milímetros de la grama y puso out a Omar Vizquel. Así terminó el inning.
Hay quienes aseguran que aquella jugada definió la serie porque si los Leones hubiesen ganado, habrían sido los campeones esa noche, en Valencia.
José Agustín Rivero Ortiz estaba a punto de cumplir 6 años de edad y veía el juego por televisión, en su casa en San Cristóbal. Esa atrapada que Gonzalo López-Silvero calificó como “de circo”, lo enamoró del béisbol y del Magallanes. Aquellos Navegantes despertaron su pasión por la pelota: Edgardo Alfonzo, Álvaro Espinoza, Luis Raven, Richard Hidalgo, Juan Carlos Pulido y compañía. En el Táchira no hay un equipo de béisbol de la LVBP, así que Agustín abordó la Nave.
Aunque la mayoría de sus compañeros jugaban y preferían el fútbol, Agustín comenzó a jugar béisbol estimulado por María Cristina, su mamá, quien fue jugadora de sóftbol cuando estudió medicina. Con ella fue a ver una final nacional de Criollitos. Lo entusiasmó la alegría de los niños uniformados. El béisbol se convirtió en una ilusión.
Jugaba en uno de los pocos equipos que había, pero era un “fiebrúo” y su meta era convertirse en uno de esos niños. En el béisbol hizo los mejores amigos, aprendió a jugar en el equipo, a ganar, a perder, a sacrificarse y a escuchar a sus coaches. Cuando cumplió 16 años, con 1,85 de estatura y cualidades para batear y fildear, uno de sus entrenadores, Félix Marcano, quien había llegado desde Caracas, lo dirigió en la categoría Junior y le hizo elevar su nivel con su manera innovadora y diferente de transmitir conocimientos. Fueron a Nacionales, los scouts los vieron y estaba en la edad perfecta. Su papá, ingeniero barinés, lo acompañó a los juegos. Con él hablaron los cazatalentos. Había 6 scouts interesados por sus cualidades de ambidextro. Agustín ya había culminado el bachillerato y aunque no se había planteado seriamente ser profesional, su juventud le permitió seguir el consejo de su papá, prepararse e intentarlo.
Félix Marcano se dedicó a entrenarlo y a llevarlo a try outs. Estuvo un mes en la academia de los Marineros de Seattle en Valencia, pero José Moreno le recomendó que se fuera a estudiar a la universidad porque no le veía futuro con el béisbol. Fue duro escuchar eso. Regresó a San Cristóbal en autobús esa noche. A la mañana siguiente se enteró de que un scout de los Yankees estaría en Rubio, un pequeño pueblo del estado fronterizo, donde se juega béisbol. Estaban interesados en un jovencito que luego terminó firmando con los Mellizos. Necesitaban verlo enfrentar bateadores y Agustín padre lo estimuló a que fuera, porque podría ser un chance. Aunque estaba golpeado en el ánimo por lo que le había dicho Moreno, acomodó su batera y se fue al estadio. César Suárez, el scout encargado de la zona de occidente, terminó interesado en él y le dijo al padre de Agustin que fuesen a Maracaibo para que lo chequearan los jefes. Agustín gustó, fue a otro chequeo en Lara y ahí concretó la firma con los Yankees de Nueva York por 30 mil dólares.
Por ser hijo de un ingeniero Barinés que trabajaba en una finca y una profesional de la medicina, alguna vez soñó con ser veterinario, pero como para ello tendría que irse a vivir a Maracay y era un niño cuando asomó la idea, sus papás le dijeron que pensara mejor, porque sería difícil irse lejos de casa siendo tan joven. Por ironías de la vida, acordar con los Yankees significaba que debía irse a la academia en República Dominicana. Era la primera vez que salía de Venezuela y era casi un niño.
Llegó a la Liga de Verano Dominicana, donde está el complejo de los Yankees, hizo amistad con Francisco Cervelli, magallanero como él, y Rafa Nieves. Estuvieron en la “Loma del Sueño” donde estaba el complejo.
Firmó con las Águilas las Zulia también y cuando regresó a República Dominicana, encontró que había 4 jardineros más. Sintió que no era tomado en cuenta. Su percepción fue correcta, a mitad de temporada lo dejaron libre.
Otros equipos se interesaron por él, pero Agustín hizo una reflexión después de la experiencia en Quisqueya, donde le tocó aterrizar: “Me encontré con la realidad de la pelota, no es para todo el mundo”.
Podía seguir intentando el difícil camino del béisbol o tener algo seguro, un título universitario. Sus padres eran su ejemplo.
Parte de su bono lo invirtió estudiando inglés en Boston. Vivió un año con una familia que lo recibió. Estudiaba el idioma y seguía jugando pelota de manera informal pero con disciplina. Pensaba que podía conseguir una beca, ignoraba que luego de haber sido profesional no podía ser beneficiario de una ayuda para estudiar. Iba a try outs pero no lo llamaban.
Se le dio una oportunidad de jugar en una liga semi profesional en España, donde era posible trabajar y estudiar economía, que siempre le había llamado la atención. Sin embargo las condiciones cambiaron para él y como le había ido bien con la experiencia en los Estados Unidos y tenía algún dinero, desde España se inscribió en Quincy College, en Boston y al llegar el primer trabajo que hizo fue palear nieve después de varios días de fuertes nevadas. Hizo otras cosas en dos años mientras seguía estudiando. Pertenecía a una sociedad del instituto y sin que él supiera fue postulado por la fraternidad para ser beneficiario de una beca de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Él tenía un trabajo estable, se sentía bien ahí, en Boston. Le llegó una carta que desechó en la basura sin leerla porque el sobre decía que era de la escuela de Artes de Columbia y su interés era ser economista. Fue su jefe quien le sugirió que abriera la correspondencia para conocer la oferta. Era un programa para estudiantes no tradicionales, lo invitaron a aplicar después de una jornada informativa y fue aceptado. Casualmente Francisco Cervelli comenzaba su carrera con los Yankees.
Cuando llegó el momento de hacer la pasantía, interesado como siempre en los deportes, se fue a trabajar como voluntario en el Mundial de Fútbol en Brasil. Le tocó aprender portugués y ver de cerca un gran evento deportivo. Ahí se convenció de que podía mezclar sus dos intereses: el béisbol y la economía. Al regresar se graduó y siguió trabajando en la Universidad de Columbia.
Como había aprendido el portugués, la misma persona con quien trabajó en Brasil, lo contactó para los Juegos Olímpicos. Le asignaron trabajar con el equipo de los Estados Unidos en operaciones en la Villa Olímpica. Aprendió muchísimo y al regresar hizo una maestría con otra beca en Columbia, en asuntos internacionales. Se enfocó en el deporte, en el impacto de los eventos deportivos en las economías. Culminó el postgrado con la certeza de que ya tenia credenciales para conseguir trabajo en un equipo de Grandes Ligas. Había elegido otro camino para llegar.
Tuvo varias entrevistas. Los Indios de Cleveland lo contactaron para que fuese a Arizona a verse con ellos para ser el traductor oficial. Conversó con Carlos Baerga y Roberto Alomar, entre otros. Regresó a Nueva York y estaba en su trabajo como “bartender” cuando lo llamaron por teléfono, no podía atender, pero apenas pudo respondió. Debía salir casi de inmediato, lo querían para el Opening Day de 2019. Lo necesitan en el campo para encargarse de los peloteros hispanos. Al principio se vestía de oficina, pero pronto se dieron cuenta de que también podía ayudar en el terreno.
Cleveland es un equipo que puede tener a todo el cuadro con jugadores latinoamericanos y Terry Francona se dio cuenta de su buena relación con los jugadores en el clubhouse, así que ayuda en la práctica de los infielders y también con los lanzadores. Es otro coach. Entre sus responsabilidades, además de traducir al español lo que sea necesario, debe también traducirles lo que significan las decisiones basadas en las probabilidades, en las estadísticas que influyen en las estrategias para ganar. Su capacitación como economista y experiencia con el béisbol le facilitan la tarea de hacerles entender una herramienta que deben manejar y conocer para ser más eficientes. Para alguien formado en los números es fácil entender lo que significa manejar estadísticas y probabilidades para lograr un resultado, pero para los jugadores, acostumbrados a ejecutar, eso es demasiado abstracto, pero él está para ser un puente entre la oficina y los jugadores. Hay que darles la información precisa.
Su próxima meta es ayudar al equipo a ganar una Serie Mundial. Le entusiasma lo que puede aportar y cómo el uso de los números conjugado con el talento los ha hecho tan competitivos y admira el liderazgo y la sabiduría de Francona.
Cuenta emocionado lo que significó la noticia de la enfermedad de Carlos Carrasco, el homenaje en el Juego de las Estrellas y luego su regreso a los montículos en septiembre de 2019.
Para Agustín es una inspiración el ejemplo de “Cookie”. No lo sabe, pero él también es inspirador y ejemplar, es una historia de superación, de familia y valores.
Agustín es prueba de que existen varios caminos para llegar a las Grandes Ligas, sólo hay que mantenerse enfocado, sin perder de vista la pelota.
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