viernes, 15 de mayo de 2020

Jim Abbott, figura única en el terreno de béisbol


Jim Abbott's Inspiration? His third grade teacher
Por Mike Lupica/MLB.com
Como parte del repaso que le estamos dando a distintos juegos clásicos mientras esperamos que el béisbol regrese, MLB Network transmitió el juego sin hit ni carrera de Jim Abbott el martes, y MLB.com lo hizo lo propio el jueves. El no-hitter fue el 4 de septiembre de 1993, contra los Indios y con Abbott lanzando por los Yankees en el viejo Yankee Stadium. Han sido sólo 10 los lanzadores de los Yankees que han tirado un no-no. Lo que hace a Abbott, un zurdo, tan especial es que logró la hazaña a pesar de haber nacido sin la mano derecha. Es por eso que sigue siendo una de las figuras más notables en la historia del béisbol. Hemos estado recordando muchas cosas mucho últimamente. Y la carrera de Jim Abbott merece ser recordada.
Pete Gray jugó una temporada en las Grandes Ligas con los Carmelitas de San Luis, a pesar de que nació sin el brazo derecho. Monty Stratton, quien había tenido un promisorio inicio de carrera en las Mayores con los Medias Blancas en los años 30, regresó en los 40 después de perder una pierna en un accidente de casa y lanzó por casi otra década.
Abbott, nacido en Flint, Michigan, lanzó por 10 temporadas en las Mayores, tiró aquel juego sin hit ni carrera y terminó tercero en la votación al Premio Cy Young de la Liga Americana con los Angelinos en 1991 antes de llegar a Nueva York. Lanzó en la final de los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988, cuando el béisbol era un deporte de exhibición, y ayudó a los Estados Unidos a ganar la medalla de oro. Abbott fue el primer jugador en ganar el Premio Sullivan como mejor atleta amateur en los Estados Unidos. Y si la campaña de 1994 no hubiese sido suspendida en agosto por una disputa laboral, quizás hubiese lanzado con los Yankees en la Serie Mundial de ese año.
Y hay más. Abbott bateó .427 un año en el equipo de la preparatoria Flint Central, con siete jonrones. Su brazo derecho terminaba en la muñeca. Lo colocaba al final de su bate y con su gran mano izquierda apretaba el madero. Abbott también era el mariscal de campo del equipo de fútbol americano de su escuela.
Escribí por primera vez sobre él cuando tenía 18 años, a punto de irse a estudiar en la Universidad de Michigan. Fui hasta Michigan para conocerlo a él y a sus padres, pues había sabido de este muchacho de 6 pies y 4 pulgadas que, en todos los sentidos, estaba tratando de comerse al mundo con una mano. Una de las cosas que le pregunté fue qué no podía hacer. Hizo una mueca.
“No puedo meter el condenado botón de la manga izquierda”, contestó Abbott.
Los Azulejos seleccionaron a Abbott en la 36ta ronda del draft de MLB de 1985, pero el joven no firmó y en vez de eso pasó los siguientes tres años en la Universidad de Michigan, ganado dos campeonatos de la conferencia “Big Ten”. Abbott fue la octava selección general del draft de 1988, elegido por los Angelinos. Fue cambiado a los Yankees en 1992, firmó como agente libre con los Medias Blancas en 1995 y luego fue canjeado de vuelta a los Angelinos en julio de ese año. En 1996 volvió a firmar con los Angelinos, pero fue dejado libre por el equipo un día antes del Día Inaugural de 1997. En 1998, dejó récord de 5-0 con los Medias Blancas y terminó su carrera participando en 20 juegos (15 aperturas) con los Cerveceros en 1999.
Abbott colgó los ganchos con un récord de por vida de 87-108, que un incluyó una desastrosa temporada con foja de 2-18 con unos pésimos Angelinos en 1996.
Y a lo largo de todo ese camino, Abbott siempre fue algo especial en el terreno de juego. El tocón del brazo derecho lo ponía en la malla del guante. Lanzaba la bola y entonces se cambiaba el guante a la mano izquierda para estar listo a la defensa. Si era un rodado, apretaba el guante entre la axila y el brazo derecho, agarraba la bola y sacaba el out. Lo hacía tan rápido, tan natural, que parecía magia. O un juego de manos.
De una mano.
“Un juego, cuando estaba lanzando en 9no grado”, me dijo el día que fui a visitarlo, una semana antes de que se fuera a la universidad, “el otro equipo tocó la bola nueve veces seguidas. Todos hacía mí. Saqué a los últimos siete. Ahí se acabó eso”.
Esto también me lo dijo Abbott aquel día:
“Escucho muchas cosas sobre lo inspirador que soy. Pero no me veo como alguien inspirador. Si eres rico o pobre o tienes una mano o lo que sea, tu propia niñez te parece natural, porque es la única que conoces”.
Esto es lo que Don Mattingly, quien cubrió la primera base para los Yankees el día de aquel no-hitter, le diría después a Tom Verducci de _Sports Illustrated_:
“Tenía la piel de gallina en los brazos, y los pelos en la parte trasera del cuello era como que se estaban levantando. Quizás eso me podía haber pasado con alguien más. Quizás hubiese sentido lo mismo. Pero pienso que porque era Jim el que estaba allí, había algo extra”.
Abbott diría una semana después que estaba impresionado con la reacción de la gente, porque todavía estaban “como locos”. Pero él nunca pensó que estaba haciendo algo loco lanzando como lo hacía. En el deporte, usamos todo el tiempo la palabra héroe. Abbott realmente fue uno. Vayan y revisen otra vez la carrera de Jim Abbott, el serpentinero que tenía una sola mano. Y vean si pueden creer lo que sus ojos están viendo.
Mike Lupica es columnista de MLB.com.

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