José Luis López | Prensa LVBP
Caracas.- Corría la tarde del lunes 14 de diciembre de 1970, un año análogo a 2020 en lo que al ordenamiento de sus días refiere.
Herman Alexander Hill, jardinero que prestaba servicios en los Navegantes del Magallanes, se había granjeado el cariño de la exigente fanaticada del equipo, gracias a su rendimiento y velocidad en las bases, en el campeonato 1970-1971.
Aquel día, en particular, estaba feliz. En horas de la mañana había cobrado su sueldo y había participado en una práctica matutina en el Estadio José Bernardo Pérez, pues al día siguiente había viaje a Maracaibo, donde esperaban las Águilas del Zulia.
En la tarde pensaba ir a las vecinas playas de Puerto Cabello, que tanto le habían gustado y que había comentado a su novia. Y ese era otro de los motivos que mantenía muy contento a aquel muchacho de 25 años de edad, nacido el 12 de octubre de 1945 en Tuskegee, Alabama.
Su prometida había llegado a Venezuela la semana anterior y Herman quería pasar junto a ella en la playa, su primer día libre. El día anterior habían estado en Caracas, pues Magallanes tenía un juego matutino en la capital. Ahora, cambiarían a un ambiente playero, jornada que también compartiría con sus coterráneos y compañeros: Ray Fosse, John Morris y Dale Spiers. El primero receptor - que ya por aquellos días tenía labrado su nombre en Grandes Ligas - y los otros dos, lanzadores.
El paseo comenzó a horas del mediodía. El plan incluía un almuerzo a orillas del mar.
Lo que ninguno de ellos sospechaba, es que el ángel de la muerte había decidido invitarse para estar presente durante el paseo que culminaría en tragedia.
Antes de aquel día, del cual al momento de publicar estas líneas se cumple medio siglo, la vida de Herman Hill había tenido sus particularidades. Sobrevivió a la tosferina y eso le hizo perder dos períodos escolares. Su familia abandonó Alabama y buscó mejores horizontes en Nueva Jersey, donde pensaban que la ancestral vocación de ser granjeros, podría generar mejores réditos. Y aquella familia era numerosa. Además de los padres Charles y Miobella, seguía una descendencia de 15 hijos.
Desde niño, Herman mostró ser un atleta natural. Se desempeñaba con soltura y eficacia en baloncesto, fútbol americano y beisbol. Gracias a ellos transitó por bachillerato y la universidad. Los primeros en posar sus ojos sobre el joven, fueron los Orioles de Baltimore. Pero a la larga no lo firmaron. Sin embargo, a mediados de la década del 60, los Mellizos de Minnesota pensaban que Herman tenía madera y podía resultar algo muy bueno. Su recorrido del plato a la inicial era de 3,4 segundos. Y el resto de sus herramientas podrían mejorar con el trabajo adecuado.
Hill lanzaba a la derecha y bateaba como zurdo. Su estatura era de 1,88 metros y su peso estaba en 86 kilos. Al principio quería batear a las dos manos, pero luego decidió quedarse solamente como zurdo para sacar mayor provecho a sus rápidas piernas.
En 1966 acordó con los Mellizos y empezó a ascender en el sistema de granjas. Tres años más tarde llegaba a Triple A, la antesala de lo que tanto anhelaba: las Grandes Ligas. Aterrizaba en los Osos de Denver, equipo militante de la Asociación Americana, que por aquellos días animaba el espectro Triple A con las Ligas Internacional y Costa del Pacífico, las cuales hoy día se mantienen como las principales auxiliares de los clubes de las Mayores. Con el tiempo, la Asociación Americana se transformaría en un circuito independiente.
Considerado un prospecto de alta velocidad en las bases y de bateo de contacto con cierta dosis de fuerza, Hill demostró en aquel 1969 que aquellos conceptos no eran huecos. Bateó para .300 puntos y robó 31 bases. En septiembre fue convocado por vez primera a las Mayores.
En cuanto se reportó a Minnesota, el manager Billy Martin practicamente le nombró el corredor emergente oficial del cuadro gemelo. Sus primeras once apariciones en el máximo nivel, fueron en ese rol. Luego Martin le permitió jugar como jardinero central suplente. Al final de la temporada, entregó balance ofensivo de dos turnos y cuatro anotadas.
Era de suponerse que después de esta muestra en las Mayores, Herman Hill regresaría a las menores. En 1970 fue asignado a los Tripletes de Evansville, nueva sucursal de los Mellizos. Lo bueno para Herman es que sería llamado tres veces a las Mayores en aquel año. La primera de ellas en junio.
El 29 de aquel mes, Bill Rigney, entonces manager del conjunto gemelo, ubicó a Hill en el jardín central. El novato le agradeció con sus dos primeros imparables en las Mayores. En el marco del Estadio Metropolitano de Bloomington, por aquellos días hogar de los Mellizos, Herman despachó dos sencillos ante Dick Drago, monticulista de los Reales de Kansas City. También anotó dos carreras en victoria 5-4.
Al día siguiente, Rigney volvió a confiar en el jugador. Pero al fallar en cinco turnos, de nuevo debió volver a pulirse en Evansville.
En septiembre, al ampliarse los rosters a 40 efectivos, Herman Hill recibiría un nuevo llamado. Por aquellos días, Jim Holt, jardinero que tenía una alta reputación en los Navegantes, se permitió recomendarlo, al saber que el equipo buscaba otro guardabosque. Magallanes siguió el consejo.
Minnesota pensó hacia el final de la campaña, que Hill era un pelotero prescindible. De allí que, en septiembre de 1970, fuese utilizado solo como corredor y bateador emergente, así como jardinero de última entrada.
Aquellos dos imparables ante Drago, fueron los únicos que coleccionaría durante 24 turnos en las Mayores. Anotó en 12 ocasiones, no impulsó carreras y robó una base en tres intentos.
No obstante, los Mellizos otorgaron el permiso para que Herman Hill jugara en la liga invernal de Venezuela.
Mientras todo aquello sucedía, los Cardenales de San Luis instalaban grama artificial en su Estadio Busch Memorial Stadium. En consecuencia, trabajaban para construir un roster que ponderara la velocidad y la defensa. Por esa razón, llevaban meses tras la huella de Hill, vigilado por los cazatalentos Fred McAlister y Morris Mozzali. Este último, jugador del Caracas veinte años atrás, conocía muy bien la liga venezolana. Ambos escuchas pensaban que Herman Hill llenaba el perfil que buscaban. Solo tenía que aprender a batear más hacia la izquierda y elevar la eficiencia de su contacto.
Esas fueron las órdenes recibidas por el pelotero el 20 de octubre de 1970, cuando fue adquirido por San Luis. Su permiso para seguir con Magallanes era confirmado.
Hill llegaba a los Cardenales, acompañado por el jardinero de Ligas Menores Bob Wissler, a cambio del Salvatore “Sal” Campisi y el jugador de cuadro Jim Kennedy. De inmediato, el nombre de Herman Hill fue inscrito en el roster de 40 primaverales del San Luis. Desde ese momento la gerencia de la organización ansiaba verlo en los entrenamientos de primavera después de regresar de su compromiso en Venezuela.
Ese era el contexto que rodeaba a Herman Hill, la tarde del lunes 14 de diciembre de 1970 en la Playa Guaicamacuto, de la costa carabobeña.
Amante de los sancochos de pescados servidos en la zona, el jugador almorzó opíparamente. De inmediato cometió la imprudencia de disfrutar del mar en plena digestión. Y en una playa que presenta fuerte oleaje.
A los pocos minutos, Hill empezó a solicitar auxilio. Ray Fosse, John Morris y Dale Spiers se lanzaron al agua para socorrerlo. Morris logró asirlo por una pierna, pero su rostro impactó con una piedra, perdió tres dientes y Fosse debió evitar que se hundiera. Spiers se adentró en la fuerte corriente y por poco no hace mayor la tragedia. En suma, Hill fue tragado por las aguas ante la sorpresa y estupor de sus compañeros de equipo.
Tres días después, el jueves 17 de diciembre, hombres rana rescatistas localizaron el cadáver de Herman Hill. Según el relato de Gregorio Machado, entonces lanzador y compañero del infortunado jardinero, éste tenía una posición de nadador, lo cual indicaba que intentaba salir de la corriente que le atrapó.
La autopsia de rigor reveló que Hill sufrió una embolia, mientras luchaba por salir de las aguas.
Familiares del pelotero viajaron a Valencia a reclamar el cadáver. Jim Holt, el jugador que le había recomendado para unirse al Magallanes, presidía la ceremonia.
Al momento de su deceso, en la temporada 1970-1971 había intervenido en 36 juegos con 131 turnos, 33 imparables, 23 anotadas, nueve remolcadas, cinco dobles, un triple, un jonrón, 19 boletos, 20 ponches y siete robos. Bateaba para .252 puntos.
Carlos Tovar Bracho, para entonces narrador del circuito radial de los Tiburones de La Guaira, había bautizado a Herman Hill con el remoquete de “El Avión”. Alababa así la velocidad que desplegaba al desplazarse por los jardines y las bases.
Tres años más tarde, Magallanes lloraría otra tragedia similar, cuando el 1° de enero de 1974, el lanzador Mark Wheems también moría ahogado en una playa carabobeña.
Al igual que el Cid Campeador, Herman Hill ganó batallas después de su fallecimiento.
Fue incluido en el Salón de la Fama Atlético de la escuela secundaria de Howell Hill, donde cursó estudios. Su placa incluye una foto del malogrado jugador con el uniforme de los Mellizos de Minnesota, adorna un pasillo del plantel. Igualmente, la escuela creó el premió Herman Hill, el cual se otorga anualmente al atleta masculino más destacado en ese centro educativo.
Mientras tanto, en el corazón de los viejos magallaneros, Herman Hill sigue presente. Por su entrega y por su don de buena gente. A medio siglo de la tragedia que segó su vida, paz eterna a su alma.
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