MARI MONTES
“La leyenda dice que soy un sádico, un déspota,
un Draco del diamante que creó la guerra en este deporte”.
Ty Cobb.
El nombre completo de Ty Cobb era Tyrus Raymond Cobb, y por su lugar de nacimiento le llamaron “El Melocotón de Georgia”. Figura prominente entre los mejores jugadores de todos los tiempos en las Grandes Ligas.
Fue un bateador de dotes extraordinarias, veloz y competitivo. Jugaba béisbol con ímpetu, tenía un carácter explosivo y obcecado, lo que hizo que también se le recuerde por sus conductas violentas y desconsideradas.
Cobb nació el 18 de diciembre de 1886 en Narrows, Georgia, donde, como en otros estados del Sur de los Estados Unidos, persistía el racismo. Ese sentimiento discriminatorio se convertiría en una tara que lo llevó a protagonizar varios episodios lamentables de ataques a ciudadanos afroamericanos.
Cometió errores y excesos que pasaron a la historia, como la reprochable acción del 15 de mayo de 1912, cuando decidió subir a la tribuna por encima del dugout de los Tigres para caerle a golpes a un discapacitado llamado Otto Blotz. Al día siguiente fue suspendido.
Pero Cobb tal vez fue la mejor representación del Old Fashion Baseball, con lo bueno y lo malo del juego de principios del siglo XX. Ningún jugador ha podido igualarlo en promedio de bateo (.366 de por vida), incluyendo tres campañas en las que superó la barrera de los .400 de average.
En veinticuatro años en las Mayores, robó ochocientas noventa y siete almohadillas. Su récord de noventa y seis bases robadas, impuesto en 1915, se mantuvo intacto por casi cincuenta años, hasta que Maury Willis alcanzó las ciento cuatro estafadas en 1962. Las crónicas de la época destacan la agresividad de su juego. Intimidaba con su velocidad y violento barrido en las bases. Una vez embasado era una pesadilla.
Jugó desde 1906 hasta 1928. Ganó el campeonato de bateo de la Liga Americana cada año desde 1907 hasta 1915, y luego desde 1917 hasta 1919. Solo Pete Rose, con cuatro mil doscientos cincuenta y seis hits, ha dado más imparables que Ty Cobb (cuatro mil ciento ochenta y nueve) en las Grandes Ligas. De hecho, se recuerda como un momento especial en la historia el hit con el que Pete Rose lo dejó atrás para encabezar la lista de los hiteadores más prolíficos de la historia.
Cobb sigue siendo el máximo estafador del home: lo hizo treinta y cinco veces en su carrera. También robó la segunda, tercera y el plato, en la misma entrada, en tres juegos.
Esta descripción del general Douglas MacArthur nos da una idea de la intensidad de su juego y filosofía de vida:
“Pocos nombres han dejado una huella más firme en la historia que Ty Cobb. Durante un cuarto de siglo, sus hazañas agresivas en el diamante, a la vez que invitaban a la oposición y la aclamación, provocaron un gran drama. Este gran atleta parece haber entendido desde el principio de su carrera profesional que en la competencia del béisbol, al igual que en la guerra, la estrategia defensiva nunca ha producido la victoria final”.
Esta frase de Cobb coincide con eso: “He observado que el béisbol no es diferente a una guerra, y cuando se llega al final los bateadores somos la artillería pesada».
Ty Cobb fue uno de los cinco jugadores elegidos al Salón de la Fama de Cooperstown en la Primera Clase en 1936.
Su historia personal incluye una tragedia que podría explicar por qué fue un hombre de mal carácter, amargo y áspero.
Cuenta la leyenda que aún era un joven de 18 años cuando su madre mató a su padre de un disparo de escopeta. Una de las versiones narra que el señor Cobb estaba asomado en la ventana de su habitación y ella lo confundió con un ladrón, por lo que le disparó mortalmente. Otra versión señala que el padre de Ty sospechaba que ella le era infiel, fue a sorprenderla y ocurrió el incidente. La crónica roja dejó dudas de si ella lo reconoció o en verdad fue un accidente.
Cobb en su rol de hombre de negocios fue tan exitoso como lo fue en el béisbol. Su intuición como inversionista le hizo multiplicar su fortuna. Adquirió acciones en una joven empresa productora de gaseosas, Coca-Cola, y también en una ensambladora de vehículos que fue adquirida por General Motors, donde también fue accionista.
Siguió con sus desplantes y haciendo alarde de su calidad superior en la historia del béisbol. A decir verdad, lo era y él disfrutaba eso.
Es célebre la anécdota que cuenta que en una entrevista le preguntaron cuánto sería su promedio ante los pitchers del momento:
—¡Batearía .300!
—¿Por qué, si usted es el bateador de mejor promedio de por vida?
—Tengo 70 años.
Era admirador de Shoeless Joe Jackson y eso no cambió cuando fue expulsado del béisbol por vincularse a apostadores en 1919.
Según describió el periodista Grantland Rice, el 4 de abril de 1947, él acompañaba a Ty Cobb de regreso de un torneo de golf y se detuvieron en una licorería en Carolina del Sur. Cobb identificó al vendedor, era Shoeless. Al darse cuenta de que era él se le acercó:
—Te conozco, eres Joe Jackson, ¿No te acuerdas de mí?
—Claro que te conozco, Ty, pero no estaba seguro de que quisieras hablarme. Muchos no lo hacen.
—Tenías la habilidad más natural, el swing más grandioso que jamás vi. ¿Podría tener una pelota autografiada por ti? Siempre quise una.
Jackson le explicó que no disponía de una pelota en ese momento y le pidió que volviera al día siguiente, pero ellos iban de pasada, así que quedaron en verse una próxima vez que nunca se dio. Fue una excusa perfecta, tomando en cuenta que Shoeless no sabía escribir.
Fotografías de “El Melocotón de Georgia” conversando con el lanzador Don Newcombe y estrechando la mano de Willie Mays, permiten pensar que al final de su vida evolucionó en su visión de la igualdad de los hombres. En un artículo de Associated Press, publicado el 29 de enero de 1952, Cobb se mostró a favor de la integración de los jugadores negros en las grandes ligas:
“Ciertamente está bien que ellos jueguen. No veo razón por la que por nada del mundo nosotros no deberíamos competir con peloteros de color, mientras que ellos se comporten con educación y gentileza”.
En esencia, Ty Cobb era béisbol, y el béisbol cambió cuando Jackie Robinson derribó la barrera racial. Tal vez, él también cambió.
Ty Cobb, “El Melocotón de Georgia”, murió el 17 de julio de 1961. En su funeral lo despidieron sus hijas y yernos, su hijo Jimmy con su nuera y sus nietos, tres viejos conocidos y un representante del Salón de la Fama de Cooperstown.
En varías oportunidades lamentó no haber ido a la universidad para ser médico, por ello destinó buena parte de la fortuna que hizo a su fundación, Fondo Educacional Cobb, que hasta abril de 2019, según reporta su sitio web, ha distribuido casi 20 millones de dólares en becas estudiantiles para jóvenes de Georgia.
Además de los números que lo hicieron inmortal, ese es su mejor legado. Ty Cobb sigue ayudando a otros a cumplir su sueño universitario.
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