martes, 12 de agosto de 2025

Los 3000 de Roberto

Para el otoño de 1972, Roberto Clemente era más que un simple jugador de béisbol. Era el orgullo de Puerto Rico, un hombre cuya gracia en el campo solo era comparable a la seriedad de su misión fuera de él. Cada turno al bate parecía tener peso, no solo en las estadísticas, sino en la historia. Su cuerpo, desgastado por años de atrapadas en picado y lanzamientos atronadores desde el jardín derecho, aún se movía con la precisión serena de quien entendía cada detalle del juego. Pero ese septiembre, una cifra pesaba sobre él: solo un hit más para llegar a los 3,000.

No se trataba de perseguir un récord de gloria. Clemente nunca jugó para sí mismo. Ese hito fue para quienes creyeron en él cuando el mundo intentó reducirlo a una estadística o a un acento que no entendían. Fue para su isla, para su familia, para cada niño que lo veía desde un solar polvoriento que necesitaba una prueba de que la grandeza se podía llevar con dignidad.

En una fresca tarde en Pittsburgh, los Piratas se enfrentaron a los Mets. Clemente se dirigió al plato en la cuarta entrada, mientras el público contenía la respiración. Jon Matlack, zurdo y con una recta potente, se paró en el montículo. El lanzamiento entró —una pelota ligeramente fuera del plato— y Clemente, con su característico swing de látigo, la envió disparada al hueco entre el jardín derecho y el central. Se deslizó a segunda base mientras el estadio estallaba. Así, sin más, conectó su hit número 3000.

No hubo golpes de pecho ni una celebración prolongada. Clemente simplemente se tocó la gorra, con una breve sonrisa dibujada en su rostro. Fue el tipo de momento que en aquel momento pareció casi subestimado, pero que en retrospectiva se siente monumental. Porque ninguno de nosotros sabía que ese sería su último hit en la temporada regular.

Tres meses después, en una misión humanitaria para ayudar a las víctimas del terremoto en Nicaragua, el avión de Clemente se estrelló en el Atlántico. Tenía 38 años. Ese doblete entre el jardín derecho y el central no fue solo un hito, sino el último swing de una carrera que combinó arte, valentía y propósito como pocas veces se ve en el béisbol.

Incluso ahora, al ver las imágenes granuladas de ese día, casi se puede sentir la quietud antes del contacto, el chasquido limpio del bate, la forma en que Clemente se movía hacia segunda base como si fuera un juego más. Pero la historia tiene una forma de enmarcar ciertos momentos de forma diferente. Ese hit número 3000 no fue solo un final, fue la nota final y perfecta de una canción que aún resuena cada vez que alguien juega con el corazón.  ⚾🧢🏟️

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