Jake Crouse/MLB.com
PITTSBURGH – Desde niño, Roberto Clemente hacía siempre sus deberes en su natal Carolina, Puerto Rico. Así pudo ahorrar para comprarse una bicicleta, que para entonces costaba alrededor de US$20.
Una vez adquirió una, la utilizaba para ir a San Juan y ver la Liga Profesional de Béisbol – que eventualmente llevaría su nombre. En las décadas de 1930 y 1940, la liga era una santuario para los jugadores de las Ligas Negras, que buscaban seguir compitiendo durante el invierno.
En el Estadio Sixto Escobar, Clemente se trepaba a un árbol en el jardín derecho y se sentaba en una rama para ver a los Senadores de San Juan, ante cualquier otro equipo que estuvieran enfrentando. Pero en 1945, cuando Clemente tenía 11 años, el joven boricua solía enfocarse en un jugador en particular: Monte Irvin, miembro de los Newark Eagles en las Ligas Negras. Jugaba una gran defensa y solía hacer brillantes disparos desde el jardín derecho.
Hubo un día en particular, en el invierno de 1945, cuando Clemente no pudo treparse a su acostumbrada rama. En vez de eso, caminó en dirección a Irvin – quien hubiese cumplido 103 años recientemente – y experimentó algo único.
“Para que papá pudiera caminar libremente, Monte le dio su bolso”, dijo Roberto Clemente Jr., el primer hijo de la leyenda. “Una vez entraron, Monte abrió su bolso y le dio un guante a papá”.
Llámenlo una señal, pero Clemente pasó a ser un patrullero derecho igual que el ídolo de su infancia. El hecho de que Irvin le diera a Clemente un guante serviría de premonición. El puertorriqueño luego se convertiría en uno de los mejores guardabosques derechos con 12 Guantes de Oro.
Pero por muy importante que fue el regalo de Irvin, fue aún más crucial el ejemplo que le dejó Irvin, siendo parte de una minoría que terminó siendo galardonado como el Jugador Más Valioso ese año en la isla, con los Senadores. Clemente terminó siendo un pilar de las minorías y clases trabajadores en las Mayores.
Irvin estuvo cerca de ser el primer jugador afroamericano en Grandes Ligas. Fue recomendado por los dueños de los equipos de las Ligas Negras como el mejor capacitado para llegar a MLB. El gerente general de los Dodgers, Branch Rickey, le preguntó a Irvin sobre esa posibilidad. Sin embargo, el patrullero apenas había regresado de servir en la Segunda Guerra Mundial, en donde no sólo fue discriminado por su color de piel, sino que además comenzó a presentar síntomas de trastorno de estrés postraumático.
Clemente llegó a Pittsburgh en 1955, luego de ser seleccionado en el Draft de Regla 5 desde los Dodgers a los 20 años, por los Piratas de Rickey. Fue seis años después de que el cubano Minnie Miñoso se convirtiera en el primer afrolatino en las Mayores en 1949; mismo año en el que Irvin llegó a los Gigantes.
Antes de que el boricua jugara su primer inning con los Piratas, ya sabía a quién tenía que servir en el terreno. No todo se trataba de él. Saltó al terreno para medirse a Jackie Robinson y a los Dodgers de Brooklyn el 17 de abril de 1955. Ese día, fijó un propósito.
“Se dijo a sí mismo: ‘Represento a los puertorriqueños. Represento a los latinos e hispanos. Represento a los afroamericanos, a las minorías y cualquiera de la clase trabajadora que esté sufriendo injusticias“, dijo Roberto Jr. “Se lo tomó bien personal”.
“El béisbol era algo secundario dentro del significado del nombre [Clemente] para la gente y el impacto que tuvo para el mundo”.
A partir de ese juego, Clemente se convertiría en un gran jugador, pese a que un afrolatino tenía que trabajar el doble para lograrlo. A pesar de que el béisbol comenzaba a integrarse en esa época, los prejuicios seguían siendo un obstáculo, y los jugadores latinoamericanos usualmente eran señalados como “perezosos” y “egoístas”, especialmente si quedaban fuera por lesión.
Un promedio de .282 en sus primeras cinco temporadas no lo ayudó, pero una vez el calendario cambió al año 1960, Clemente comenzó a batear por encima de .300 con regularidad y los reconocimientos comenzaron a llegar.
Claro, el cañón que tenía en su brazo terminó cementando su leyenda. Los corredores le temían a Clemente, quien contaba con una letal combinación de potencia, puntería y velocidad para buscar los batazos.
Aquí, un ejemplo evidente de ese respeto. En el Día Inaugural de 1965, el legendario Willie Mays saltó hacia la segunda base con un sencillo con dos outs hacia el jardín derecho conectado por el dominicano Jesús Alou en el cuarto episodio. Alou avanzó hacia la intermedia con el disparo al plato de Clemente, evitando que el velocista Mays se arriesgara a intentar anotar. El inning terminó con el siguiente bateador, así que el juego se mantuvo en blanco, hasta que los Piratas lo ganaron en el décimo tramo.
Si en el jardín derecho hubiese estado cualquier otro jugador no llamado Clemente en ese momento, probablemente Pittsburgh hubiese perdido ese encuentro.
“Cuando el mejor corredor de bases del mundo pone los frenos con un hit al derecho”, dijo Gaylord Perry sobre la jugada, “sabes que la razón es porque el mejor brazo del mundo está en el derecho”.
El duelo entre dos futuros miembros del Salón de la Fama fue inspirado por otro jugador que también es recordado por la potencia de su brazo, Irvin. (Clemente e Irvin fueron exaltados al Salón de la Fama el mismo día, el 6 de agosto de 1973).
Cuando Clemente vio a Irvin desde un árbol afuera del Estadio Sixto Escobar, se maravillaba por el brazo del patrullero derecho de los Senadores. También se fijaba en el trabajo que hizo que Irvin fuera tan grande.
Clemente le pedía a sus compañeros que le batearan hacia el jardín derecho para que pudiera crear una enciclopedia mental de los rebotes que daba la bola en cada uno de los estadios en los que jugaba. Si un corredor lo vencía, no era porque le llegaba tarde a la pelota. Si perdía un paso en el recorrido, lo compensaba con la potencia en su brazo.
“Clemente siempre me decía que desarrolló un brazo de lanzar como el mío, porque siempre admiraba la forma en la que hacía los tiros”, le dijo Irvin a MLB.com en el 2001 “Cuando llegó a las Mayores, hicimos una amistad. Solíamos recordar aquellos días en Puerto Rico”.
Clemente nunca olvidó Puerto Rico, ni a las minorías que representaba. Nunca olvidó aquel propósito que hizo antes de su primer juego, aun cuando pasó a ser un All-Star fijo y ganador de múltiples Guantes de Oro.
“Siempre decían que Babe Ruth era lo mejor que había. Decían: ‘Tienes que ser algo como Babe Ruth’. Pero Babe Ruth era un jugador americano”, dijo Clemente tras ganar el Premio de Jugador Más Valioso de la Serie Mundial de 1966. “Lo que necesitábamos era un jugador puertorriqueño del que dijeran ese tipo de cosas – un modelo a seguir”.
Clemente se convirtió en ese modelo, siendo lo que dice el actual receptor boricua de los Piratas, Michael Pérez, “un patriarca” en la isla. Afortunadamente, Clemente tuvo esa figura a seguir – que eventualmente superó – en Irvin.
“El hombre era una joya”, dijo Roberto Clemente Jr. sobre Irvin, “y él no sabía – la verdad Monte no sabía – lo mucho que tuvo que ver con papá y el impacto que tuvo en él”.
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