Antes de que el mundo lo conociera como “The Say Hey Kid”, Willie Mays era un niño de 16 años en Alabama, brillando con los Birmingham Black Barons de las Negro Leagues. Ya enfrentaba —y vencía— a hombres adultos.
En Nueva York lo amaban. Jugaba stickball en Harlem, compraba helados a los niños después de los juegos. No era solo el center fielder de los Giants. Era un héroe del barrio.
A los 20 años debutó en Grandes Ligas con los New York Giants. Podía batear, correr, lanzar, fildear… y lo hacía con una alegría y un estilo que nadie había visto antes.
Los aficionados amaban cómo se le volaba la gorra al correr. Amaban sus atrapadas tipo “canasta”. Amaban que jugara como un niño que no podía creer que estaba ahí. Así nació su apodo: The Say Hey Kid.
Pero justo cuando se convertía en estrella, lo reclutaron para el Ejército en plena Guerra de Corea. En su último turno al bate, los fans de los Dodgers —que deberían odiarlo— se pusieron de pie para ovacionarlo. Hasta los umpires cruzaron el campo para darle la mano.
Cuando volvió en 1954, le dio al béisbol The Catch. Corriendo a toda velocidad, mirando por encima del hombro, en lo profundo del center field… para luego girar y lanzar una bala al infield. Más de 60 años después, sigue siendo la atrapada más famosa en la historia del béisbol.
Y no fue suerte. Willie hacía esas cosas todo el tiempo. Una vez atrapó una línea completamente estirado, rodó por el suelo con la gorra volando y aun así sacó al corredor en tercera por tres pasos.
Pero no era solo espectacular: era inteligente. A veces dejaba que un pitcher creyera que lo había dominado… solo para destruir el mismo lanzamiento más tarde, cuando el juego estaba en la línea. Se detenía a propósito en primera para evitar que dieran base por bolas intencional a McCovey detrás de él.
Fue el primer jugador en la historia con 300 jonrones y 300 bases robadas.
12 Guantes de Oro.
24 Juegos de Estrellas.
660 jonrones.
Casi 3,300 hits.
Pero sus números apenas cuentan la historia.
Entonces llegó la ruptura. Los Giants dejaron Nueva York rumbo a San Francisco. Y el Área de la Bahía no quería al “Willie Mays de Nueva York”. Racismo, resentimiento y un nuevo estadio frío lo hicieron sentir como un extraño… en su propio equipo.
Aun así, Willie siguió siendo Willie.
En 1961 conectó 4 jonrones en un juego.
En 1962 cargó a los Giants hasta la Serie Mundial.
En 1965 ganó su segundo MVP con 52 jonrones.
Siempre encontró la manera de ganarse a la afición.
En los 70, el cuerpo empezó a cobrar factura. Los Giants lo cambiaron de regreso a Nueva York, ahora con los Mets. En su primer juego de vuelta… les pegó jonrón a los Giants.
Pero para 1973 ya tenía 42 años. Tambaleó en la Serie Mundial y los fans vieron a su héroe lucir humano. Fue doloroso, pero Willie sabía que había llegado el momento de decir adiós.
Se retiró con Novato del Año, 2 MVPs, 12 Guantes de Oro, 24 Juegos de Estrellas, 660 jonrones y casi 3,300 hits.
Pero su verdadero legado no fueron los números.
Fue la forma en que jugó: libre, alegre, temerario.
Como un niño que nunca dejó de decir: “Hey.”
Willie Mays no fue solo grande.
Fue EL estándar.
El jugador más completo que el béisbol ha visto.
Y aun así… muchos siguen sin querer reconocerlo.



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